Siglo XII.

Cuenta la leyenda que Gambrinus era un aprendíz de vidriero que vivía en Fresnes, al sud-noroeste de Bélgica. El pibe le arrastraba el ala a una jovencita que se llamaba Flandrine, pero la minita no le daba ni 5 de bola. Entonces Gambrinus decide suicidarse en un bosque.

La cuestión es que se encuentra con el diablo y se produce esta charla:

¿Qué hacés Gambrinus? ¡So loco vos!

Hola Diablo, es que ya no puedo más de amor. Me voy a auto-suicidar.

Pero no seas gil. Se dice suicidar nomás. Endemientras, ¿para qué te vas a suicidar, teniendo la chance de venderme tu alma?

Tenés razón. Ta piola eso. ¿Y qué me das a cambio?

Hagamos así. Te hago bailarín como Hernán Piquín y músico como el cantante de Miranda. Y te digo más, si Flandrine no te da bola, te enseño a fabricar birra y olvidarte de ella.

¡Epa! Muy buena propuesta. Estás dulce. ¿Fuiste al francés?

¡Y si! – culminó Satanás entre risotadas.

De esta manera y habiéndose estrechado la mano, el Diablo y Gambrinus cerraron el pacto. Desde la humilde mirada antigourmetera, creemos que la decisión del Diablo de mezclar a Piquín con Ale Sergi estuvo equivocada. Especialmente si tenemos en cuenta que en siglo XII no se le daba mucha bola a la danza clásica y a la música electro-cachengue.

El jóven se fue derechito a la casa de la bella Flandrine. Tocó el timbre y cuando ella abrió la puerta, empezó a dar saltitos, girar en el aire y revolear los brazos, mientras le cantaba con una voz aflautada algo así:

Quiero saber qué me pasa. Te pregunto qué me pasa y no sabés que contestarme, porque claro, de seguro te mareé. Con mis idas y vueltas, te cansé con mi cámara lenta, y aunque trato, nunca puedo apurar mi decisión.

La pobre Flandrine, más asustada que monja con atraso, le terminó echando flit y el pobre Gambrinus se fue super caliente a cantarle las 40 al Diablo. Al señor del averno no le quedó más remedio que cumplir su otra parte del trato: la birra.

Le prometió a Gambrinus que si tomaba este elixir, conseguiría hacer olvidar su dolor y comenzó a fabricar un extraño brebaje amargo con cebada, levadura y lúpulo. Gambrinus mientras fabricaba y bebía de aquella sustancia espumosa descubrió que ya no extrañaba a Flandrine, que no le dolía más el corazoncito y que ahora estaba más mareado que perro en cancha de bochas.

Cuando se dio cuenta del poder milagroso de la bebida se convirtió en el Rey de la Cerveza. Abrió un montón de locales, se asoció con una tal Stella y salió al mercado a finales de octubre para competir directamente contra Samid, el Rey de la Carne, por el reinado de Alemania y sus alrededores (Chipre, Bratislava, Concordia, Rep. Checa, Eslovaquia y Eslomismo).

La pelea entre los autoproclamados reyes no llegó a buen puerto y decidieron abandonar la política porque nadie los votaba. Gambrinus fundó el Club Quilmes y siguió vendiendo birra. Samid empezó karate con Mauro Viale y es panelista de Intrusos.

Flandrine se quiso matar el resto de su vida por haber desperdiciado a semejante hombre, se hizo fan de la banda Saurom y participó de este video clip (que sinceramente nos parece medio pelo). Fin.