Imaginate que estás en 1928. Posta. Hacé el esfuerzo y pensá que estás caminando por el barrio de Boedo hace 86 años. De fondo se escucha el sonido de un silbato, que marca el comienzo de un partido de San Lorenzo en el Viejo Gasómetro. Seguís caminando y ahora estás a unos 30 metros de Inclán y Boedo. Ya cae la tarde y esa esquina es conocida por ser habitué de cuchilleros, de gente turbia. Sabés que en esa intersección hay un bodegón y que cada dos por tres alguno sale de ahí con la panza como un colador, por algún amor no correspondido o simplemente porque miró mal a alguien.

Tenés que sortearlo para llegar a tu casa. Así que apurás el paso y cuando pasás por el lugar, ves a un montón de malevos con caras ásperas y empilchados de pies a cabeza, con mucho funyi y pantalón de fantasía. Giran la cabeza para verte pasar y te miran con dureza. Vos los mirás, te quedás parado y los ojos se te agrandan hasta adquirir el tamaño de dos huevos fritos porque notás que hay algo mal que no anda bien.

¡Todos están tomando el té de las cinco!

Cada uno tiene una tacita. Muchos te observan y algunos sonríen levemente mientras cuchichean con sus colegas. Vos pensás que los modales ingleses llegaron a Boedo y que la infusión provocó un cambio radical en la personalidad de los muchachotes. Te ponés a divagar sobre la posibilidad de que hayan cambiado el cuchillo por un kilo de tostadas con mermelada. Pero de repente, te das cuenta de algo. Decisivo, crítico, culminante, trascendental, clave, esencial.

¡De las tazas, no sale humito!

Cuando te disponés a salir corriendo, sentís una respiración feucha en la nuca y te toman del hombro. Tal vez es un zombi de Walking Dead (tranquilo, acordate que estás en 1928 y The Walking Dead se estrenó en en 2010, tampoco la pavada). Girás como un trompo y te encontrás, cara a cara, con un turco. Mezcla de Naim con García. Unos 45 centímetros de naríz y mucho olor a esencias estambulenses. Tiene un ojo chueco, así que con uno te mira y con el otro relojea el vecindario. Cuando estás por desmayar, te suelta el hombro y dice:

«Dale gato. Pasá y tomate un tecito amigo, o arrebatá de acá, no te hagás el pillo gil.» *

* el idioma original de los años 30 puede diferir en algunas expresiones, pero se logra entender el concepto de todos modos.

En ese preciso momento aparece un policía, que al verte palidecer a la velocidad de la luz, interviene raudamente y le dice al turco: «deje de molestar a la gente y vaya a atender su negocio». El turco te mira con el ojo bueno, de una forma que no vas a olvidar jamás y entra al bodegón de mala gana. El policía te cuenta que el turco es el dueño del bodegón desde principios del 20 y que hay un edicto policial que prohibe los días de partido, vender vino a diez cuadras a la redonda. Entonces caés en la idea que los malevos no estaban tomando el té de las cinco, sino que le estaban entrando al tinto en tacitas para evitar la cana.

Ahhhhh… por eso se llama así. – le decís al policía, con voz aflautada tipo Caramelito Carrizo.

Él hace un gesto afirmativo y mientras se da vuelta para continuar su recorrido le preguntás: «¿y si usted sabe que venden vino, por qué no hace algo?». Sigue caminando, se acomoda la gorra y te contesta: «por el vigilante, pichón, por el postre vigilante.»

(pero esa, es otra historia…)