Justo frente al monumento de las anchoas frenamos la Jumpy y entramos a este barcito hermoso, lleno de santoñenses (o como se diga).
Dos grupos de viejos jugaban a las cartas y se puteaban de arriba a abajo en cada mano. Así nos gustaría llegar a nuestra ancianidad. Puteando fuerte.
Pedimos Anchoas. Vinieron 24 unidades. Son el doble de grandes que las que solemos comer y un 500% más saladas, lo que las convierten en un poderoso cauterizador.
Mati tenía una ampolla en la boca y se esfumó al acercar la anchoa. Y dice que también tenía una ampolla en el pie y se le fue. Creer o reventar.
Para acompañar la merienda pedimos…
Una tortilla francesa (que terminó siendo un sanguche de omelette) y una cosa por demás de rara… PERCEBES.
Si podés Googlealos porque no sabemos qué carajo son. Lo que sí podemos decir es que quebramos esas patitas, succionamos y su relleno estaba buenísimo.
Era una merienda, pero tuvimos que cambiar el café por cerveza con limón tirada, que es “lo que se toma acá” según Rosa, la dueña.
Adobados y salados dejamos Santoña.
Saludando con nuestras manitas a los viejos que jugaban a las cartas y mirando quién se murió (porque en los vidrios del bar hay hojas pegadas con las necrológicas de la semana).