También conocido como Restaurante Armando Blanco, está un poquitín alejada del centro, pero es tremendamente Antigourmet.

Si agarramos el plano de la propiedad, el orden de las habitaciones sería el siguiente:

ENTRADA – BARRA – SALÓN – BAÑOS – COCINA – PATIO – CEMENTERIO

¿Cómo es eso de cementerio?

Pasa que Don Armando Blanco tenía más amigos que Roberto Carlos, y muchos quisieron participar en su salutación final, por lo tanto hay una mega-lápida al fondo para homenajear a este hombre, que entre otras cosas fue Alcalde de su comunidad, Embajador de la cultura y gastronomía, Caballero de Honor de los Reales Tercios y sobre todo… buen tipo.

En las paredes hay colgados 231 marcos (el demente de Matías los contó) con todos los logros, reconocimientos, premios, medallas de honor y artículos periodísticos que recorren la vida y obra de Armando Urbano Blanco Martínez.

Te podés pasar la vida leyendo sus historias.

Pero además, hay otra persona que nos enamoró: Evangelina.

La mujer de Armando sigue firme llevando el negocio familiar y lo hace desde donde mejor le sale, la cocina. Una verdadera máquina de hacer tortillas.

Nos permitió entrar en la cocina y ver cómo hacía sus tan afamadas obras. A cada tortilla le mete 12 huevos, que no tienen absolutamente nada pero nada pero nada que ver con los nuestros, y después van los ingredientes que le quieras agregar.

Estábamos meta charla cuando de pronto se abre la cortina que lleva al patio y hace su entrada Don Sergio.

¡Hola Eva! Vengo por una tortilla. De las clasiquitas.

Evangelina lo saludó y se puso a hacer una tortilla para su vecino.

Es así la cosa acá. Los vecinos entran en la cocina, piden su tortilla, dejan la guita arriba de la mesa y se la llevan a la casa.

Nada de delivery. Nada de problemas. Nada de Apps. Nada de espamento. Nada de alaraca. Solamente vecindad y laburo.

Sergio recibió la tortilla, se la autoenvolvió mientras nos recomendaba lugares para nuestro Anti-Tour y se fue con el morfi calentito para su casa.

Volvimos a sentarnos a la mesa y pedimos tres tortillas de papa.

Una con espárragos, una con cebolla y una con chorizo.

Im-pre-sio-nan-tes.

Babé en cada átomo, con un color tirando al naranja por los huevos arrojados, los ingredientes frescos y con un tamaño que nos permitió compartirlas entre todos. A nosotros nos gustó más la de chorizo, porque el sabor es incomparable, pero estaban todas aprobadísimas.

Por las dudas, también pedimos una Carne asada con papines al horno, que tampoco defraudó. Pero habíamos venido por las tortillas, así que saludamos y nos fuimos a cenar a otro lado.

Esto fue solamente una entradita.

Cada día que pasa estamos más desquiciados.