HUBIÉSEMOS EMPEZADO POR AHÍ.

El gran sibarita Alejandro Maglione pegó mucha onda con el equipo Antigourmet. No tenemos la más pálida idea sobre cuáles son las fuerzas sobrenaturales que lo llevaron a tener esta relación tan copada con nosotros. Por las dudas, no le preguntamos tampoco. No vaya a ser cosa que levantemos la perdiz y el tipo se dé cuenta del error que cometió.

En una de las tantas charlas que tuvimos, nos dijo:

Ustedes, mamarrachos, tienen que ir al Alvear. Se van a volver locos.

Cuando escuchamos el lugar que nos recomendó, nos sentimos bastante ofendidos. Pensamos que el tipo se había olvidado con quiénes estaba hablando.

¿El Alvear? ¿Nos recomienda el Alvear? ¿Qué parte de «nos gustan los sucuchitos» le teníamos que explicar a este hombre? El Alvear podés recomendárselo a Mirtha, Susana, Teté Coustarot o al excelentísimo Ivo Cutzarida. ¡Pero bajo ningún punto de vista podés mandar a los Antigourmeteros a un lugar así!

Imaginemos juntos la escena:

Los 6 integrantes del equipo, miércoles a la noche, después de jugar al básquet, entrando a este hotel Recoletense super re mil cheto, un tipo disfrazado con galera y smoking abre la puerta, y entramos nosotros…

Martín con bermudas y el casco de la moto. Facu de ojotas y una remera de Arbolito. Maxi con sus zapatos rojos tipo Locomía y preguntando dónde queda el tualet (porque es nuestro catador de baños). Román vistiendo una chomba que tiene un huevo frito en el corazón y preguntando por el dueño del lugar. El señor JP mareado por tanto lujo y experimentando una de sus clásicas «recaídas gourmets» . Y quien les habla con una libretita de almacenero y una balanza colgada en el cogote (que me sirve para saber el peso exacto del queso y dulce, obviamente).

Complicado el panorama.

Seguramente nos sacarían a patadas en el culo del Alvear Palace Hotel. Y en verdad, está bien que así sea. Porque seguramente si comiéramos ahí, nos harían cagar de hambre y después tendríamos que escribir una reseña hablando pestes del lugar.

Entonces le dijimos:

Pero Maglione, ¿usted dice que vayamos al Alvear? ¿No le parece un hotel medio careta?

¡Pero no sean zopencos! Yo les digo que vayan al Club Social Alvear. Hacen un revuelto gramajo poco ortodoxo, pero es un lugar ideal para ustedes.

¡Ahhhhhh! Pero hubiésemos empezado por ahí. ¡Un club! Olvidate de este problema. Ahora sí nos entendemos. ¡Un clú! Esos son los lugares que nos gusta encontrar y recomendar. Le dimos las gracias a Alejandro y agendamos en nuestra libretita al Club Alvear para una próxima visita antigourmetera.

MÁS PERDIDOS QUE UN MARINERO BOLIVIANO.

El asombroso Club Alvear se encuentra sobre la calle Ruggieri, a media cuadra del Parque Las Heras, en el barrio de Palermo. Es una calle difícil de olvidar porque te acordás del gran defensor Cabezón y listo. Pero, como de costumbre, nos equivocamos, porque el tipo se llamaba Silvio y parece que fue un senador socialista, famoso por su lucha a favor del voto femenino*.

La cuestión es que no encontrábamos el lugar. Íbamos y veníamos, desde el parque hasta Libertador, como pelotas de tenis. Ni una sola pista acerca de un Club, hasta que en un momento llegó un whatsapp salvador confirmando el número: 2736. Anotate la dirección antes de salir de tu casa, porque sino encontrar el Club Alvear te va a parecer igual de complicado que encontrar el mundo de Harry Potter. Llegamos a la puerta y ahí empezamos a sentir que esta noche iba a ser especial.

En el vidrio, están pegadas las letras con el nombre. En el piso, está el escudo del Club. Y cuando levantás la vista, te encontrás con un pasillo más largo que pollera de chueca. Ahí te vas a preguntar: ¿Posta me tengo que mandar por acá? Sí. Metele que son pasteles. Tomá aire y encará que al fondo está la magia.

LA INFLUENCIA DE LA BAUHAUS.

Entrás por una puerta de vidrio y te encontrás con lo mínimo indispensable para vivir una hermosa noche antigourmetera.

Hace unos cuantos años, el arquitecto Mies van der Rohe, llevó las riendas de la Bauhaus unos 3 añitos y fue uno de los precursores del minimalismo. Podemos afirmar que desde el cielo debe estar chocho de la vida al ver cómo su influencia pegó tan profundamente en el buffet del Club Alvear. El tipo se hizo famoso pregonando la idea de que «menos es más» y eso es exactamente lo que pasa acá.

Hay lugar para 35 comensales. Ni uno más, ni uno menos. Una barra, mesas de pino, manteles de papel, vajilla envuelta en su servilleta, vasos simples. Hay soda de litro en sifón de vidrio. En las paredes, la decoración se limita a: dos estantes, un palo de amasar, una plancha, una damajuana y unas luces de arbolito atrás de la barra como elementos distintivos. No hay más nada. Y tampoco se necesita más nada.

Habíamos reservado lugar para 6 y cuando llegamos estaba todo ocupado. Por supuesto, el lugar es tan chicuelo que reservar seis sillas sería una locura total. En ese momento, apareció Lucas, el mozo y nos dijo:

Aguanten que ya les armo algo.

Personalmente, creí que iba a traerse una caja de Mis Ladrillos y se nos ponía a encastrar bloques en el piso.

Parecía que no había lugar para armar una mesa en ninguna parte del salón. Pero el tipo se las arregló. Sacó una mesa de por allá, le afanó una silla que sobraba a una parejita del fondo, corrió una bici de lugar (si, una bici), cerró una puerta que daba a una pileta (si, una pileta), encontró una mesa más, giró la orientación de otras y en menos que canta un gallo estábamos sentados.

El lugar había empezado a enamorarnos y Lucas ya contaba con un punto a favor.

TENEMOS UNA TÍA NUEVA.

Lo primero que hicimos fue pedir una cervecita. Hacía calor y la cantidad de vueltas que habíamos dado para encontrar el lugar nos había dejado el pico seco. Llegó al toque y nos pusimos a pensar en lo que íbamos a pedir para empezar.

Maglione nos había dicho que el Gramajo teníamos que testearlo, así que esa era una fija. Y el otro plato nos convenció cuando lo vimos entrar al salón. Lucas, pasó por al lado nuestro, llevando una tortilla de papas descomunal. Llegó hasta una mesa de 4 comensales que nos miraban como diciendo: «esta es la que va» y se notaba que eran habitúes, por el trato y por la buena onda. Habíamos decidido la entrada sin siquiera mirar la carta.

Justo en ese momento apareció ella: la Tía Sandra. Nosotros la habíamos llamado para decirle que íbamos a pasar, que nos reserve la mesa y que la idea era hablar un rato. Ella nos había pedido que pasemos otra semana porque no andaba con mucho tiempo, pero como a nosotros nos importa todo un huevo le caímos igual.

Les dije que pasen otro día, son unos boludos. – nos propinó ese insulto y quedamos totalmente enamorados.

Le explicamos que no somos críticos, que solamente nos gusta el morfi por el morfi mismo y que no se hiciera drama. No nos creyó una mierda. Para Sandra, en ese momento, nosotros pertenecíamos al jurado de los premios Michelin y estábamos ahí para destrozar el lugar a críticas. Como nos estábamos muriendo de hambre, directamente le pasamos el pedido a ella.

Marchamos una tortilla de papa y un revuelto gramajo. Y los dos platos tardaron más de 30 minutos en llegar. Imaginen la locura que teníamos para ese momento. Siempre bancamos la frase «el que sabe comer, sabe esperar», pero ante la duda, ya habíamos empezado a relojear a las otras mesas, con ganas de afanarle el plato a cualquier vecino distraído. Controlar los instintos antigourmeteros es complicado.

ENTRADAS

Media hora después, Lucas trajo los platos… ¡VACÍOS! Y para colmo de males, eran platos cuadrados, de esos que vemos en las mesas gourmets. Nos agarró una locura que no la podemos contar. Un par de los integrantes del equipo se querían ir y el hambre se apoderaba de nuestros cerebros. Pero atrás de los platos, apareció Sandra con las dos manos llenas. ¡Felicidad!

Tortilla de papa: la tortilla es catatónica. Te quedás perplejo, con los ojos cruzados y la carretilla rígida. Cuando la ves venir, parece tener las mismas medidas de alta que de ancha. Una especie de cilindro de papa. Una pinta tiene la tortilla… en fin. La cortamos en 6 partes y le dimos para que tenga. Viene con verdeo, papa, 700 huevos, muzzarella y jamón cocido. Un espectáculo la babeficación del plato. Chorrea como loca y podés ponchar el pancito después de la larga espera.

¿Querés un dato de color? Nos pusimos a hablar con la mesa de al lado, esa que tenía 4 comensales, y nos dijeron:

La tortilla es el plato emblemático de acá, pero como no tiene chorizo colorado, lo traemos nosotros.

Naaaaaa, una locura total. Los tipos llevan el chorizo en una bolsa y Guillermo, que es el chef del Club Alvear, lo incorpora al plato. Si vos sos raro y te gusta la tortilla con frutas abrillantadas… llevalas que acá te dan el gusto. Eso es jugar en primera. Eso es entender al cliente. Eso es lo que siempre buscamos desde el Antigourmet.

Revuelto gramajo: viene con jamón, cebolla, papas pai y huevo. Es un plato genial, tanto en calidad como en cantidad. Todo tiene el gustito de lo recién hecho. Nada de aceite reutilizado 90 veces. Y lo podés compartir tranquilamente como una entradita piola. Si nos ponemos firmes y como nos enseñó Maglione: no debería tener cebolla. Pero si tomamos en cuenta lo que tardó en desaparecer, no podemos decir más nada.

Milanesitas de bondiola: otro platito para superar el primer momento de incertidumbre. Finitas, crocantes y, como todo lo que comimos, recién hechas. A una de las puntas de la mesa (donde se sentaba este redactor) ni siquiera llegaron, pero a través de los comentarios y mmmmms que se escuchaban se pudo deducir que estaban buenas.

LUKITA, EL DANI, ALICIA, GUILLERMO Y SERGIO.

Antes de seguir, queríamos agradecerles a todos los que laburan en el Club Alvear. Guillermo es el chef, Alicia también cocina y Sergio es el ayudante. Lukita y su hermano Daniel son los mozos/deliverys.

Es genial la buena onda que tienen con la gente y entre ellos, especialmente los dos pibes con Sandra. Lloramos de risa cuando Sandra nos contó que Lukita a veces se queda dormido y cuando llama a la casa para preguntar dónde anda, el Dani lo manda al frente sin misericordia.

Está acá. Dormido como un marrano. – le dice a su jefa por teléfono.

¡Mandalo para acá a ese guacho que lo mato! Tengo el salón lleno. – se calienta Sandra.

Pero cuando Lukita llega desde su Boedo natal, no se sabe cómo pero logra tranquilizarla. Tienen una conexión muy especial y se nota a simple vista. Ella lo adora y dice que su carisma la puede. El pibe nos contó que se presentó para encargarse del delivery y un día vió que su jefa andaba complicada con el salón. Le ofreció su ayuda, agarró unos platos y atendió a su primera mesa y le empezó a encontrar el gustito. Ahora está a cargo del salón, trajo a su hermano y los dos le agradecen a Sandra el laburo.

EDIFICIO – CLUB – EDIFICIO

Es muy raro el lugar donde está emplazado el Club Alvear. Después de caminar un pasillo largo, en el medio de una manzana, aparece el buffet; y no hay más nada. Tenés un edificio adelante y otro atrás. Un cartelito indica que hay actividades todos los días (danza, yoga, poll-dance), pero ni rastros de deportes u otro tipo de actividad social. Muy raro, es verdad, pero si te ponés a preguntar todo empieza a tener más sentido.

El Club tiene un montón de años. Fue fundado el 9 de julio de 1926, en tiempos donde los juegos de salón y las carreras de bicicletas reunían a los vecinos. Tenía una cancha de bochas al frente, a continuación un gran salón de eventos sociales y luego venía una galería hermosa que desembocaba en el buffet, según nos cuenta Sandra que pasó toda su adolescencia en el club porque sus ex suegros tenían la concesión.

Con el tiempo se fueron quedando sin socios y les fue imposible seguir manteniendo semejantes instalaciones. Así que hace aproximadamente 10 años, los pocos integrantes de la comisión decidieron vender el terreno y permitir la construcción de estos dos edificios. A cambio, se quedaron con el ingreso lateral, el buffet y los cuatro primeros pisos del edificio de atrás, que son los que se alquilan para las actividades que contamos antes.

Dato: si vos querés dar clases de algo, como por ejemplo yoga, podés alquilar la hora de ese edificio por $60 y levantarla con la pala. Una verdadera ganga.

PRINCIPALES

Una vez pasado el envión con las entradas, nos pusimos a debatir sobre los platos principales. En eso apareció la tía y nos dijo:

Ustedes tienen que probar los canelones.

Perfecto, otra vez sin mirar la carta, habíamos decidido el plato. Al ratito apareció Lucas, pero en la mano no tenía un plato con canelones. Lo miramos intrigados, nos miró confiado y con una lentitud digna de René Lavand, apoyó el plato en la mesa diciendo: «esto también tienen que probarlo». Si vos lo decís…

Milanesa a la Fugazzetta: lo primero que nos llamó la atención fueron las papas rejillas. Primera A. Hacía mucho que no nos servían papas rejillas como guarnición, y el resto estaba genial. Muy buen queso y cantidades justas de cebolla. Lindo plato sorpresa nos cayó desde la cocina.

Y después de la milanga, se vino la lluvia…

Canelones de verdura: un verdadero chaparrón de canelones. Llovían platos con 2 canelones per cápita. Nos empezamos a asustar, porque pensamos que iban a sobrar unos cuantos. Fuera de joda, nosotros somos de erradicar y extinguir platos, pero esta vez nos asustamos un poco por la cantidad y el tamaño de los canelones. Todas las dudas se disiparon cuando comimos el primer pedacito. ¡Un poema che! Caseros hasta el cuajo, una salsita memorable. No quedó nada de los canelones y nos hubiésemos llevado un par para el desayuno.

POSTRES

Simplemente pedimos 2 flancitos mixtos. Como no había crema, dejaron de ser mixtos y pasaron a ser… digamos… no mixtos. El flan es un laburo de Alicia y estaban muy ricos, caseros, con mucho ovo y el dulce de leche cubría la parte superior del flan. Podríamos haber pedido algo más, pero lo que pasó a continuación se llevó toda nuestra atención.

40

El platito naranja es lo más.

PEPE MUJICA AL PALO Y UNA LECCIÓN DE VIDA.

Si un día Pepe Mujica viene a comer a este club, seguramente se vuelve a Uruguay con una erección, además de la panza llena, el corazón palpitando de alegría y muchas ganas de cortarse las uñas de los pieses. Se sabe que al presidente yorugua le gusta la austeridad, la cordialidad y la felicidad que te puede brindar un plato casero. Es por eso que le recomendamos que estacione el «escarabajo» y pase un ratito por el Club Alvear para conocer a la Tía Sandra.

mujica

Mientras el salón se vaciaba de comensales y quedábamos únicamente nosotros, esta mujer de 50 y pico años se sentó en nuestra mesa para charlar un ratito. No vamos a ponernos con miles de detalles, pero digamos que tuvo una vida jodida y la tuvo que luchar mucho.

Para muestra, basta un botón.

Cuando se hizo cargo del buffet, arrancó comprando un kilo de milanesas. Y cuando las vendía, se iba volando a la carnicería a comprar dos kilos. Y así, todos los días, con todos los proveedores e insumos, hasta que logró estabilizarse. Hoy, por ejemplo, está orgullosa de tener un papero que le baja por bolsas, pero siempre se acuerda de cómo empezó todo.

Y la sigue luchando, incluso contra algunas cosas bastante incomprensibles. Por ejemplo, el consorcio no la deja poner un cartel en la puerta, porque afirman que «le baja la calidad al edificio» y no tiene guita para hacer folletos, así que la difusión siempre fue de boca en boca. La comida es riquísima, casera y simple. Pero te enterás solamente si alguna vez un amigo te lo comentó.

Son estos momentos, los que hacen que un delirio como el Antigourmet tenga sentido. No se trata de encontrar un platazo enorme lleno de colesterol y mucho menos hacernos los críticos gastronómicos. Siempre se trata de las personas. Esas historias de vida que nos cuentan los dueños y mozos de los lugares que visitamos.

Sandra no tiene auto. Alquila el dpto donde vive. Pelea los horarios que la dejan abrir. Y de todos modos, está contenta de tener al día a sus empleados y que nos les falte nada. Ella dice que con eso le alcanza y le sobra. Y mientras Maxi le dice que tiene unos «ojos muy lindos», los demás tenemos los ojos un poquito vidriosos.

CONCLUSIÓN: EL LUJO ES VULGARIDAD.

El Alvear Palace Hotel puede ser el mejor hotel del mundo. No lo es, pero ponele que sí. De todos modos es incomparable con el Club Alvear, porque nunca vas a poder darle el chorizo colorado en la mano al conserje diciendo: «ponemelo en el tortilla».

Sandra y su equipo nos trataron como si fuésemos de la realeza y los comensales de las mesas de al lado nos dijeron que siempre es así. Todos los que van, vuelven. Porque la cosa es simple. Tiene unos precios difíciles de igualar (los platos van desde $35 a $68 el más caro), comida tan casera que todos nos podemos dar cuenta y una buena atención.

Ya dijimos que hay que esperar. Cuando vayas acordate de cargar completa la batería en el celular (hay Wifi) o sino ponete a mirar un partido en la tele. Vale la pena aguantarse un poquito, porque cuando llega la tortilla todo el mundo vuelve a tener sentido.

Es un lugar chiquito, sin pretensiones de nada, como nos gusta a nosotros. Cuando nos fuimos, a eso de la una y pico de la mañana, cada uno para su casa, seguimos mandándonos mensajes por whatsapp sobre la velada. A todos nos pegó de alguna manera y salimos con ganas de volver, pero también con muchísimas ganas de ayudar y difundir.

Sandra no tiene guita para hacer volantes. Pero ahora tiene a un montón de antigourmeteros y antigourmeteras que van a conocer a su Club querido. Seguramente le vamos a llenar el rancho, porque la comida es riquísima, pero también porque ella y su gente se lo merece.

El 28 de marzo, si todo sale bien, hacemos una Juntada Antigourmetera acá. Lo vamos a llenar, pero mientras tanto, si querés conocer un lugar donde el concepto del Antigourmet se siente a simple vista… date una vuelta por el Club Alvear y mandale un beso a Sandra de parte nuestra.

Vas a ver que con eso, le alcanza y le sobra para ser feliz.

¡Salud!

SALUTACIÓN EXTRA

Un saludo para todos los chicos de la Mastur, que hace una bocha de años que van todas las semanas al Alvear y son unos copados de la vida: Piki, Chino, Coco, Mati, Juan, Negro, Tato, Herbie, Chelo y Napio.

* La info sobre Ruggieri fue corregida gracias al Sr. Emilio Enr B, nuevo asesor de historia del movimiento Antigourmetero. Gracias por el aporte.