Las reales motivaciones del viaje.
En una vida anterior me dedicaba a pasear humanos.
Llevarlos a lugares lindos, históricos, escondidos o mundialmente famosos, de acceso libre o con entrada paga. Lugares de tránsito infernal y lugares aislados del ruido de la ciudad. Lugares cinco estrellas y también lugares de tejedoras con telar. Lugares de selfie y lugares de silencio en el alma con mariposas en la panza.
Dicho en criollo, me dedicaba al turismo.
Los años y la experiencia me enseñaron que los lugares son espacios con alguna historia para contar, y a esas historias las cuenta la gente. Y en todos los lugares, la gente come: desayuna, almuerza, merienda y cena. Cocina y come. Todos los días de sus vidas.
Levante la mano el que se auto-engañó alguna vez contándose a sí mismo que viajaba para sacar fotos, para visitar iglesias, para hacer compras o no sé qué…
Cuánta foto ocupando kilos de gigas en la nube, que nadie vió nunca más, pero cuánto recuerdo a flor de piel que nos trae una empanada caliente recién salida del horno de barro… ¿Quenó?
Cuánto souvenir juntando polvo en estanterías y escritorios, mientras soñamos con asados, sánguches, guisos, tapas, shawarmas, sopas o lo que sea que morfamos viajando por tal o cual lugar… ¿Quenó?
Así que, querides lectores, les invito a dejar de lado otra mentira marquetinera impuesta por capitalismo consumista: viajamos para comer, la verdad sea dicha.
Para concluir este breve manifiesto, lo bueno de asumir esta verdad revelada, es que implícitamente e indivisiblemente, se asume el hecho de que, detrás de cada comida hay una historia esperando ser contada por la persona que la prepara.
Reseñando en tiempos de pandemia.
Después de mucho amagar con ir a tal sanguchería a reseñar una mila, o a tal boliche a probar el guiso de mondongo, y con los contagios en aumento, decidimos finalmente, en consejo familiar, partir hacia zonas de poca proliferación humana. Sucede que usualmente, son esas zonas de escasos habitantes por metro cuadrado, donde encontramos las raíces de las gastronomías locales, y les cocineres a cargo de transferir esos conocimientos de generación en generación.
Gentes que ya sobrevivieron conquistas, genocidios, olvido, y otras miserias y pandemias por el estilo.
Así es que un viernes al mediodía, después de la escuela, subimos al auto: madre, Lola (hija), Matilda (hija de cuatro patas) y eu.
Con destino a Talapazo, en el Valle Calchaquí, a 6 km. de la RN40, en una quebradita de esas que vienen bajando de Oeste a Este, desde la Sierra del Cajón hacia el río Santa María.
Para llegar a nuestro destino, viviendo en Tucumán como nosotros, el camino obliga a transitar uno de los cambios de paisajes más contrastantes y maravillosos de los que tengo registro (y tengo la inmensa fortuna de haber viajado bastante): desde la planicie urbano/rural del área metropolitana de Tucumán, hasta el paisaje agreste del Valle Calchaquí, atravesando la Yunga y el pastizal de altura.
El camino más hermoso del mundo.
Camino al sur por RN 38, con vista a las Cumbres Calchaquíes (a nuestra derecha), acompañados por campos de caña de azúcar y de soja, son menos de 20 km. hasta la ciudad de Famaillá, capital mundial de la Empanada. Un poco más adelante, tomando la RP307 hacia el oeste, el cañaveral va dejando lugar a los campos de limón, arándanos y después a la Yunga Tucumana.
Desde los 650 hasta los 2000m de altura, vamos a atravesar ese paisaje mágico, verde a más no poder: helechos, enredaderas, más de 60 especies de árboles autóctonos que alojan cientos de variedades de orquídeas y bromelias, además de incontables arbustos peleando por un cachito de luz solar, compartiendo toda esa humedad que da vida a esa maravilla natural. Y el concierto permanente de aves y bichitos.
El camino de cornisa trepa por la Quebrada de Los Sosa hasta Tafí del Valle.
Curva tras curva la ruta se abre paso a duras penas entre los precipicios y la espesura, que un poco antes de llegar a Tafí, da lugar a un hermoso y más traslúcido bosque de Alisos. Los Alisos avisan que ya trepamos hasta los 1600m. Y de sopetón, al salir de una curva, ya ni los Alisos: solamente quedan las cumbres, el pasto y las vacas, caballos, burros, mulas y ovejas. Este pastizal nos avisa que ya andamos cerca de los 2000m.
En la YPF de La Angostura, afuera, cerca de la ruta, hay un carrito de regionales que vende salames, bondiola, quesos y dulces. Como cualquier familia que se precie de llevar una vida ordenada y una dieta sana, compramos un pack de 800g de queso semiduro y salame envasados al vacío (AR$ 580,00), que serían nuestro desayuno por los próximos días.
Atravesamos raudamente el Valle de Tafí para seguir trepando por la RP307, ahora con dirección Noroeste, hacia los 3000m de El Infiernillo. Parada turística obligada para ver el valle y el dique desde la altura, y jugar un poco con las llamas.
Entre nubes y vestigios arqueológicos, se llega a la parte más alta del camino, y es aquí donde empieza a ocurrir la magia: toda la humedad y el verde dejan lugar al paisaje agreste del Valle Calchaquí. Aquí mandan los cardones, el algarrobo, la tuna y los arbustos espinosos. Al pastizal lo reemplaza este nuevo paisaje árido, rocoso y casi totalmente despojado de vegetación, pero lleno de esa inmensidad tan característica del paisaje de la Argentina Norte. Álamos donde hay casitas, que es donde se consigue agua. Llamas y guanacos, burros, halcones y cóndores. Churqui, Brea y Chañar.
Quedan atrás Ampimpa, Amaicha del Valle y después de cruzar el puente sobre el Rio Santa María, empalmamos la RN40 con dirección Norte. Siguen la entrada a la Ciudad Sagrada de Quilmes, El bañado y alcanzamos el desvío que después de 6km de camino de tierra nos lleva finalmente a Talapazo.
Pequeño oasis verde por sobre la extensión agreste.
Talapazo es una pequeña comunidad de habitantes originarios, una de las 14 comunidades que conforman la Comunidad India Quilmes. Acá la gente dice “sí” para adentro, aspirando la s y la i. En Talapazo viven menos de 100 personas, en su mayoría adultos mayores. Los adolescentes deben emigrar a localidades más grandes para poder asistir a la escuela secundaria, y finalmente a la ciudad aquellos que logran acceder a la educación universitaria. Un largo camino desde Talapazo…
Colgado del cerro, en la naciente de la quebrada que baja hasta el río, aquí se mantiene una humedad ambiente que excede por mucho al promedio anual del resto del Valle Calchaquí: aquí encontramos helechos, frutales, flores y plantas que en la zona más baja del valle no sobrevivirían por falta de humedad y exceso de exposición a la luz solar.
Nogales, membrillos, higueras, manzanos, parras, álamos, sauces, maíz, hierbas de todo tipo, cardones también.
Cercos de pirca demarcan las propiedades de cada uno de los comuneros, las acequias tejen una red casi invisible, pero bien audible, del sistema de riego ancestral: aquí en Talapazo el agua para riego llega cada 21 días. Baja cristalina y helada de las vertientes en las cumbres, siguiendo la pendiente natural forzando apenas la trayectoria, guiada por pequeños canales de piedra.
Con ayuda del INTA y del Ente de Turismo de Tucumán, esta pequeña comunidad accedió hace algunos años a llevar adelante un plan de desarrollo de turismo comunitario. Se les proporcionaron los materiales para construir unidades de alojamiento turístico. Cada familia que accedió, pudo construir una unidad tipo cabaña, con baño privado, agua caliente, cama matrimonial y cucheta. Lo justo y necesario para que el visitante pueda dedicarse a disfrutar de lo importante: la gente del lugar y las historias que disparan los platos que preparan.
Hospedaje Los Naranjos.
Llegados al pueblo fuimos a contactar a Paola, dueña de “El Quincho”, único comedor, proveeduría y tienda de artesanías del poblado. Ella distribuye el naipe: con artes invisibles, detecta a través de mensajes y audios de whatsapp, el alojamiento adecuado para cada visitante o grupo de visitantes. A nosotros nos tocó en suerte el hospedaje Los Naranjos.
Su propietario es Miguel Llampa. ¡Y qué afortunados fuimos!
Miguel vive solo, en un punto de los de más arriba del poblado, lo que da una vista panorámica del valle que deja sin aliento.
Su casa es apenas más grande que el módulo de alojamiento que construyó para recibir visitantes. Con Terry y tres chanchos por toda compañía, todas las mañanas sale en busca de las manzanas que se cayeron durante la noche para alimentar a los porcinos. Tiene un hermoso jardín florido, y un terreno alrededor del hospedaje poblado de nogales, membrillos, higueras y algarrobos. Más abajo en otro lote hay maíz y zapallo.
Además de su jardín florido de todos colores y los yuyitos para el mate que aparecen por todas partes, las estrellas del lugar son dos árboles de naranjas y uno de mandarinas, de difícil explicación en ese contexto de aridez general. A partir de junio, el desayuno incluye jugo recién exprimido, al pie del naranjo.
El hospedaje en Los Naranjos sale AR$ 500,00 por noche y por persona… Una verdadera Ganga.
De la merienda a la cena, por el camino que baja hasta el arroyo.
Habremos llegado tipo 17:30 hs. a lo de Miguel, y entre bajar las cosas del auto, sacar fotos y hacer videos a lo loco, aparecieron el queso y el salame comprados en La Angostura, que por supuesto no llegaron al desayuno que habíamos planificado, pero trajeron a nuestra mesa de la galería a Miguel, que llegó munido de un pancito que había horneado Paola durante la siesta.
Entre charla, mates y medianoches se nos vino la oscuridad, y partimos para tomar la cena que habíamos encargado al llegar.
El Quincho.
Sin hambre, pero con un sentido de la responsabilidad y el compromiso a prueba de panzas satisfechas, partimos al encuentro de los primeros platos.
Bajo un cielo estrellado a más no poder, caminamos sendero abajo hasta el arroyo, con la pirca a la izquierda, y volvimos a subir después de cruzarlo, hasta el callejón que baja, camino del comedor local.
Aquí nadie te pregunta si lo querés, pero en la mesa siempre hay algo para picar. A nosotros nos esperaba una panera con unos cuantos pancitos, también de Paola, pero esta vez acompañados de una salsita de tomates frescos con sal, aceite, ajo, pimienta y orégano del patio. Tercer contacto con ese gustito local hace de cualquier viaje una experiencia única.
Finalizada la reñida sesión fotográfica necesaria para la reseña, le entramos a lo importante.
¡La hora del morfi!
Cuchá estos datos.
Una porción de asado con guarnición: nos sirvieron un plato con una más que generosa porción de cabrito (sí, leíste bien, el asado fue el cabrito en esta ocasión), de esas que salen del plato como le gustan a Facu, con una montaña adyacente de arroz. Tal vez para muchos sea una rareza, pero no es extraño en estos confines con resabios de influencia andina, que la guarnición no sean papas fritas, ensalada verde o rusa. Aquí las verduras frescas son un bien escaso y difícil de transportar.
No pedí la receta, ni pregunté por los ingredientes en la preparación, porque sé a ciencia cierta, que la respuesta sería vaga. No por egoísmo de autor, sino por puro modismo vallisto. Se preparan los alimentos con lo que hay a la mano, sin receta, sin proporciones y con mucha dedicación. Aquí cocinar, es en sí, un acto de amor.
Una porción de locro: llegó una pelopincho de barro cocido, llena hasta el borde de ese cocido maravilloso a base de maíz y zapallo que es el Locro norteño. IDEM al caso anterior, salvo identificar algunos ingredientes clásicos como los ya mencionados, el chorizo, patita de cerdo, mondongo, porotos, y algunos condimentos como pimentón y comino, andá a saber qué más tenía esa preparación angelical que nos llevó a liquidar ¡hasta la última miga de los pancitos de Paola! Sopar es vivir.
Solos, los cuatro, incluída Matilda, nos encargamos de la cena con diligencia, disfrutando de cada bocado, compartiendo entre todos los alimentos, la ofrenda. Paola o sus hijas aparecían o desaparecían desde su casa a preguntarnos si necesitábamos algo más, a reponer los pancitos, a cuidarnos.
Lola tomó una saborizada, y los adultos nos clavamos un vino artesanal local (El Coplero), elaborado con las uvas, las manos y los pies de la gente de Talapazo. Vino casero. Tinto. Y nada más. No tiene notas de chocolate, ni de ciruelas, no especifica el cepaje, ni el terruño, ni el número de botella. Es vino. Tinto.
Un amigo de la vida, el pelado Warren, que es genéticamente Argentino, nacido en Australia por error, me enseñó que no hay vinos mejores que otros, sino que hay vinos que te gustan más que otros. Te gusta con soda, sodiiialo nomás. Te gusta con hielo, ponele hielo.
Para el postre llegó un plato de dulce de Cayote con nueces. Pero no cualquier dulce de Cayote: hecho por la mano de Doña Santo, la dulcera del pueblo. El plato grita a garganta pelada ¡SOY UN DULCE ARTESANAAALLL!
Se puede distinguir sin mucho esfuerzo, el gusto/aroma a humo de la leña con la que se hizo el fuego para calentar la paila de cobre en la que fue preparado.
Con las nueces lo mismo: nueces con denominación de origen y trazabilidad comprobable mediante métodos satelitales, desde el árbol del corral de pircas de enfrente hasta el plato que teníamos en la mesa.
AR$ 1.100,00 por todo concepto con el vino incluido.
Pupudos
-regionalismo del norte de argentina, pupo=ombligo-
Dícese de aquellas personas en estado de hinchazón del ombligo por haber comido como bestias. Con mucha lentitud, emprendimos el regreso a nuestra casita en lo de Miguel. Panza llena, corazón contento, y a la cama.
Antes de partir, encargamos a Paola, para el día siguiente, 1 Kg. de carne para asado.
Para tener en cuenta: El Quincho se llama el comedor/almacén/artesanato de Paola.
Además tienen una cabaña que aparece en Google como Hostería La Lomita. Son la misma familia.
https://goo.gl/maps/45Dk6an7nnTJBBKC6
A caminar la Pacha y algarrobearla feo.
Tocaba ahora salir a caminar, a recorrer los alrededores de Talapazo.
Nos señalaron dos objetivos: la antigua mina de Mica y La Loma. Elegimos ir hasta la mina por la mañana, y dejar la loma para la tarde, que de pasada, nos permitía retirar la carne para el asado de lo de Paola, antes de volver a nuestro hospedaje.
Después de desayunar con mate, pancito tibio, nueces, queso y salame, arrancamos para el lado de la Mina.
Miguel nos acompañó amablemente, enseñándonos el camino, entre pircas, nogales y cardones, cruzando la acequia, abriendo tranqueras de tablas de cardón, -cierrelá cuando pase pa que no se escapen las cabritas, sihh (aspirado)-.
Más arriba ya se distinguen terrazas antiguas, precolombinas. Después de darnos todas las indicaciones, seguimos sin Miguel. Estamos caminando sobre lo que fuera el asentamiento original de los Talapazo, posiblemente los primeros habitantes estables de esta partecita del mundo. Así es como, paso a paso sobre toda esa historia, la Pachamama te enseña.
Y como la Pacha es, además de sabia, una consabida artista culinaria, también en esas zonas aparentemente aisladas de “occidente”, abundan también los yuyos: poleo, cedrón, paico, muña y una larga lista de etcéteras. Cada uno de ellos tiene una función en la medicina ancestral de los lugareños.
Dato: La farmacia más cercana está en Amaicha del Valle. Les dejo el ejercicio de cálculo de distancia y ruta para el google maps…
¿Pero quién quiere pastillas con todo el herbolario vivo a disposición?
Para el dolor de cabeza, para el dolor de hueso, para el hígado o para las articulaciones. ¡Incluso para el amor! Para cada cosa hay un yuyito. En el mate, en infusión, aplicado como cataplasma o colgando del cuello, la sanación empieza y termina en la Pacha.
Como buen guía que fuí, le erré al camino, así que hicimos 40 minutos de subida hasta aquel algarrobo para darnos cuenta de que no era “este algarrobo” sino el del otro lado de la quebradita. Así que para abajo hasta el cauce del arroyo y de nuevo para arriba hasta el algarrobo correcto. Y un trecho más hasta la antigua mina de Mica.
Miguel trabajó en la mina de Mica, a pico, pala y cincel, extrayendo el mineral para el patrón, durante años, sin preguntar para qué servía la mica. En su universo, eso no tenía la más mínima importancia.
Desde ahí arriba, desde la casilla que encierra lo que fue la bocamina, la vista te deja sin palabras. Solamente les puedo contar que se abarca toda la quebrada de Talapazo hasta el bañado del Río Santa María allá abajo, y más al Este se levantan las Cumbres Calchaquíes. Para más sensaciones, los invito a venir cuando puedan a respirar todo esto.
A causa de la tardanza, llegamos recién 13:30 hs. de regreso a nuestra casita, e hicimos uso de una opción que nos había dado Paola al llegar el día anterior, que sinceramente, habíamos despreciado: ¡EL ENVÍO A DOMICILIO! PedidosYa, LTA.
Antes de empezar a bajar, calculando unos 35-40 min. para el regreso, encargamos por WhatsApp a Paola una docena y media de empanadas y algo fresco para tomar. Llegando de regreso vimos salir a Miguel, que antes de que terminemos de sacarnos los abrojos de las zapatillas y pantalones, volvió, canasta en mano, con el pedido, más un tupper (Tupperware posta) lleno hasta el borde de esa maravillosa salsita de tomates frescos, que usamos para enchastrar las empanadas.
En lugares como Talapazo, se difuminan las estrictas directrices y cánones impuestos por la ortodoxia de la Empanada Tucumana: aquí vale la papa en el relleno. Convirtiendo así, lo que en Tucumán sería una herejía, en una pequeña aventura culinaria, le entramos raudos, Miguel incluido, a la docena y media, a la salsita de tomates, al pan y a los refrescos.
Orgullosos del desliz, y felices como lombrices, nos hicimos una siestita.
AR$ 580,00 empanadas y dos bebidas de litro y medio.
De atardeceres y asadores sorprendidos.
Tipo 17 hs. empezamos a abrir los ojos y a espabilar. En media hora estábamos caminando por el sendero marcado que termina en La Loma. Un recorrido mucho menos exigente que el de la mañana (tampoco lo fue tanto), que termina en un mirador, un balcón desde el que se tiene otra de las panorámicas del Valle. Esta vez, el primer plano es para el fondo del Valle Calchaquí, con el Río Santa María corriendo arenoso a los pies de la montaña.
Ya de noche, pasamos de regreso por El Quincho a pagar «el delivery», agradecer fervientemente las empanadas y retirar la carne para el asado. Cuando me entrega la bolsa, me encuentro con una pierna de cabrito. ¡PLOP! – diría Condorito.
Ahora te quiero ver, ¡asador de jardín!
Ágil de reflejos, le pedí a Paola algo de especias, que terminó siendo provenzal de bolsita. Tomando coraje volvimos a lo de Miguel a preparar el asado.
En su misma bolsa, al cabrito, le tiramos toda la provenzal, sal y un chorro generoso de aceite de oliva, y quedó ahí encerrada después de los masajes, esperando la brasa.
Mientras estuvimos de caminata por la tarde, Miguel cortó leña para nosotros. Me encontré el regalo cuando volvimos.
Hija y padre encendimos el fuego con la leña ofrendada, y algunos carbones que llevamos desde casa. Mientras tanto, madre marcaba las papas con agua hirviendo de la pava eléctrica de la cabaña. Cortadas en rodajas anchas, se terminaron de cocinar a la parrilla, al lado del cabrito. Cebollitas asadas y huevos duros completaron la ensalada de papas.
Armados únicamente con linternas de celular, en medio de la noche cerrada, con el ruido de las nueces cayendo al suelo desde sus nogales, y ese salpicado de estrellas en la negrura del cielo, ya casi no se puede pedir nada más. Como si fuera poco, madre apareció con nuestro fiel y dignísimo compañero, el San Felipe 12 Uvas. Fue ovacionada de pie por el asador de jardín.
Para ser la primera vez que cocino cabrito, y pasada la sorpresa inicial, la familia completa, Matilde incluida, junto a Miguel y al Terry, coincidimos en que salió bastante bien. O por lo menos fueron muy discretos al respecto. Nunca se sabrá la verdad.
Tal vez resida allí la diferencia esencial entre el viajero y el turista: ser agradecido de lo que a uno se le ofrece, en vez de reclamar con insatisfacción eterna por las expectativas no cumplidas. No seamos turistas, volvámonos viajeros, siempre estamos a tiempo.
1,4 kg. de Cabrito, especias y pan AR$ 630,00
Doña Santo: la frutilla del postre de Talapazo.
Al llegar a Talapazo, en el frente de una de las casas, agarrado apenas a un poste, se distingue a mano derecha un cartel que promete dulces artesanales: membrillo, manzana, cayote, nueces y no sé qué otras delicias. Lo dejamos para la salida, y fue en ese momento, yéndonos de Talapazo, que paramos en lo de Doña Santo a buscar dulces.
El colorido y la diversidad de las flores de la entrada, rebalsando de macetas improvisadas con tachos, llantas viejas, latas de durazno o cualquier recipiente, llena la vista (y la tarjeta de memoria del celular). Así es la entrada a la casa de Doña Santo. Sin estar seguros de que “Santo” sea un apodo, su nombre o su apellido, nos invita a pasar dentro de su casa, a una galería que da a un patio todavía más superpoblado de una micro-selva imposible para el lugar.
Es como un oasis dentro del oasis 😯 . Y de repente, de tanto seguirla por la casa, entre los perros, los gatos, las cuchas, el rescoldo del fuego y las pailas para hacer los dulces, sin darte cuenta, estás en el cuarto de Doña Santo, cuya cama está perfectamente tendida, y enfrentada a una gran mesada recargada de frascos llenos de dulces. También hay dulce de membrillo y de manzana en pan.
La decisión es fácil: uno de cada uno, sea dulce, mermelada, jalea o dulce en pan.
– Cuánto le debemos Doña Santo?
– Hágame usted la cuenta que ya estoy mayor, no me engañe nomás le pido.
AR$ 200 cada frasco de 500g y AR$ 250,00 cada pan de 500g.
Cualquiera de estos, con la compañía de las nueces recién juntadas que le compramos a Miguel a AR$ 250,00 el kilo, hacen el mejor postre. También sirve esta combinación de antídoto contra antojos en épocas de gestación. Sin distinción de género. Haceme caso.
Y así fue como nos despedimos de Talapazo.
La ruta del Vino Tucumano, almuerzo en Amaicha y de vuelta a la casa.
El Valle Calchaquí ocupa territorios de las provincias de Catamarca, Tucumán y Salta. Comparte en toda su extensión las mismas características climáticas, geológicas y de suelo. Los valles, igual que los pueblos originarios, y la Pachamama en general, no entienden de límites a la manera occidental.
Toda la zona es apta para el cultivo de uvas, siendo la uva Torrontés la más destacada, con la que se produce un vino blanco, frutado y seco, delicioso cuando está bien frío. Pero también hay muy buenos vinos tintos. Para comprobarlo, una vez más, fuimos a las fuentes: Bodega Luna de Cuarzo y Finca Albarrossa (ambas en territorio tucumano), son las que visitamos esta vez.
Queríamos evitar el tráfico de regreso desde Tafí a Tucumán, así que nos organizamos para almorzar en Amaicha, y pegar la vuelta desde ahí. Paramos en el Warmy Sonkoy, viejo recomendado de la tribu del turismo, reconocido por la buena onda y la buena comida.
Esta vez nos pedimos una milanesa Warmy para dos, que es del tamaño de una zapatilla de Manu Ginóbili, que viene con salsa blanca, papas fritas, dos huevos fritos y tres rodajas de tomate asado 😉 , y para ir picando mientras llegaba la mila, nos pedimos una entrada de quesillo, flotando en aceite de oliva y orégano, que sirvió para calmar el bagre.
Entrada + principal + agua 1,5L + Aquarius 1,5L + 2 Alfajores del Tucumán + Huevo de pascua tamaño avestruz, pero de chocolate en serio AR$ 1.320,00.
La atención es muy buena, el servicio es rápido, los baños están siempre impecables y las porciones son bien generosas. Además hay una tienda de artesanías artesanales para viajeros (no las artesanías de fabricación en serie para turistas) y un salón de té, pa cuando se pone fresco el asunto. También ofrecen alojamiento en habitaciones muy lindas, perfectamente acondicionadas, muy recomendable si paran en Amaicha.
Conclusión
Hasta que no haya un camino nuevo, el mismo de la ida es el de la vuelta, así que les aconsejo leer “El camino más hermoso del mundo” pero a la inversa, para disfrutar otra vez del viaje pero al vesre.
Hasta la próxima comilona.
¡Salú!
Texto, fotos, videos y mapas: Santiago Lobo.
Corresponsal Antigourmet en Tucumán.