Miércoles. Ponele, 21:30. Entramos en Don Chicho. Mucho frío en el cuerpo.
Pleno invierno y todo el equipo Antigourmet más 4 refuerzos de elite. Los chicos de La Chispa Films (que filmaron una genialidad que podés ver acá arriba), Gino y el Sr. Maringa.
Partimos rumbo a la Cantina Don Chicho. Ubicada en una mítica esquina de Villa Ortuzar, hace más de 90 años que atiende las necesidades gastronómicas de sus clientes. Más precisamente, en el año 1922 abrió sus puertas y nunca más se cerraron, evidenciando un serio problema en sus bisagras.
Lo teníamos en la agenda porque mucha gente nos había recomendado el lugar. Así que antes de entrar en la reseña propiamente dicha, es menester explayarnos un poco, para entrar en clima.
DE UN TANO FILETEADOR Y UNAS ALMÓNDIGAS QUE VIAJAN EN TAXI
El tano, peluquero y fileteador estrella de Villa Urquiza, nos contó una historia de hace 30 años. Una noche, fue a comer con 2 amigos y al entrar, pensaron que el lugar estaba abondonado. Había una foco de 20 watts prendido y nada más. Todo oscuro. Todo vacío. Entran como pidiendo permiso.
Buenas, ¿se puede? – se anuncian con voz tembleque.
Una voz les responde:
Si, ya los atiende la chica, ¿van a comer pastas, no?
Casi se cagan las patas porque no había nadie en el salón. Se empezaron a mirar totalmente desconcertados, cuando en eso ven unos pelos saliendo de atrás de un mostrador y se dan cuenta que Don Chicho estaba sentado, escondido, atrás del bodoque de madera. Vaya uno a saber cómo mierda los vió entrar, la cuestión es que nunca le conocieron la cara, pero ahí estaba.
Apareció una chica que les amasó unos fideos en vivo (tal como hoy en día) y después de esperar bastante (tal como hoy en día) se comieron unos fucciles al fierrito descomunales (tal como hoy en día). Evidentemente, las cosas buenas no necesitan cambiar.
Pero también tuvimos otra recomendación. Siempre que algún antigourmet tiene el privilegio de subirse a un taxi (no son muchas, pero deben ser aprovechadas), tiene la obligación moral de preguntarle al tachero qué cuchitril te recomienda para ir a morfar. ¿Por qué? Porque los tipos se conocen medio mundo y nunca te van a mandar a un lugar donde vayas a comer mal. Eso se llama calle, y la enseñanza de la calle es equivalente a cualquier otra enseñanza.
En este caso, la cosa se volvió más aromática. Este tachero en cuestión, nos recomendó ir a Don Chicho a comer pastas, pero lo que nos contó va a quedar impregnado de por vida en nuestra memoria, nuestros corazones y nuestras narices.
Seeeee! Las almóndigas de ahí son de otro planeta pibe. Yo al mediodía, una vez por semana, me pido unos fucilles al pesto y me los como arriba del taxi. Así el olorete a almóndiga me dura todo el día.
¡Un mostro el tipo! Imaginate subiendo a un tacho, tipo 6 de la tarde, cuando volvés del laburo y el tipo tiene una baranda a albóndigas con M y ajo que te descontrola el marote. Puede ser el mejor viaje de tu vida, o el peor. Todo depende del hambre que tengas. Porque es inevitable no quedar impregnado de esta fragancia exquisita a carne picada.
Se nos ocurrió algo… si existe en este mundo, algún directivo de L´Oréal despierto y avivado, dentro de un mes debería salir a la calle la siguiente campaña publicitaria:
Señores de L´Oréal, úsenla a discreción, no vamos a reclamar derechos de ningún tipo.
DE UN SALÓN QUE TE ENAMORA Y UN MOZO QUE TENÍA FRÍO
Don Chicho es un reducto de funebreros. Vas a encontrarte con un pilón de historias pegadas en sus paredes y agradecimiento de toda la familia del Club Chacarita hacia este lugar emblemático. Hay un cuadro de La Máquina de River y una bandera del Diego que reza: «algún día le contarás a tus hijos que lo viste jugar».
Pero al margen de los detalles futboleros que siempre están presentes en las cantinas, lo que se destaca acá es la exquisita decoración de las mesas. Hay una clara línea estética, excelentemente diseñada y llevada a cabo por arquitectos y diseñadores de la Bauhaus. Puede parecer una mera coincidencia, pero podemos asegurar que todo está craneado hasta el más mínimo detalle.
Los diseñadores de interiores, se basaron en elementos producidos con materiales sintéticos, mayormente obtenidos mediante fenómenos de polimerización de los átomos de carbono en largas cadenas moleculares de compuestos orgánicos (más conocido como plástico).
A saber:
- Mesas de plástico
- Sillas de plástico
- Panera de plástico
- Hielera de plástico
Y a eso le sumaron detalles de polirubro y/o rejunte casero:
- Cuchillos tramontina (unas 30 especies diferentes, de hecho Darwin escribió El Origen de las Especies basándose en las diferencias entre los cuchillos de Don Chicho)
- Tenedores (imposible identificar su procedencia étnica)
- Mantel de papel (viste ese que usamos para tapar un caballete en las fiestas, bueno, ese mismo)
Así que ya se pueden dar una idea el amor que nos provocó ver este tipo de decoración, pero estábamos lejos de emocionarnos tanto como con la siguiente historia que se cruzó con nuestra mesa.
Matías, un mozo joven pero con mucha buena onda, nos acomodó al fondo del salón (como siempre, buscando alejarnos de la sociedad). Mientras preparaba la mesa, nos pusimos a charlar un rato y cuando le contamos lo que hacíamos nos dijo: «tienen que conocer a Horacio». Y se fue para el otro lado del reciento a buscarlo.
¡Llegó Horacio! Uno de esos viejos que uno quisiera tener de abuelo. 79 años. La historia cuenta que hace unos 5 años que es mozo de Don Chicho. ¿Cómo llegó a serlo? Resulta que Horacio era el trapito de la cuadra desde siempre. Un día que había mucho laburo el dueño de la cantina le preguntó si se animaba a darle una mano porque le había faltado un mozo y Horacio le metió para adelante. La cuestión es que además de eso, fue la excusa para dejar de pasar frío en la vereda cuidando coches y se sumó al staff de mozos del lugar.
Así de simple. Pero este tipo de historias son las que este grupo intenta encontrar, rescatar y comunicar. Porque gracias a la buena predisposición del dueño y de Horacio, el tipo dejó de cargarse de frío y pasar a tener un sueldo. 79 pirulos che. Se merece mucho más, pero es un paso importante. Para nosotros, este tipo de acciones son las que generan un sentido de pertenencia con el lugar y ganas de volver.
Pucha, se emocionó un integrante. Pasemos al morfi mientras se suena la naríz.
ENTRADAS
Berenjenas, ajíes, porotos y aceitunas: nada raro, bien simple y con un picor contundente.
Cuando entrás en Don Chicho te vas derecho a la barra, ahí tenés las entradas que salen rápido. Como nosotros estábamos famélicos y considerando la cantidad de integrantes (10), decidimos no complicarla y que nos manden un montón de cada platito.
Matías, el mozo, empezó a revolear platos como en un casamiento griego lo que le valió el apodo de Xipolimatis. La cuestión es que en menos que canta un gallo, teníamos la mesa abrrotada de platitos, panes, grisines y las correspondientes bebidas.
Le entramos como sordo al timbre y mientras comenzaba la charla que tanto nos gusta, empezamos a mirar un poco las paredes.
ESCRITO EN LOS MUROS DE DON CHICHO
Vimos 2 artículos enmarcados, que para un antigourmetero es como encontrar oro.
En uno de ellos, la señora Regina Pilar Díaz de Orlando (vecina del barrio) escribió 2 columnas sobre este lugar tan emblemático. Leyendo nos enteramos que el lugar en sus primeros años de vida se llamó La Pagliana y que en su apogeo fue visitado frecuentemente por grandes artistas como Troilo, Marechal, Canaro, Pugliese y Tito Liusardo, prototipo de porteño tanguero.
Suficiente asomara un pie y un banquito, una guitarra o un acordeón para que el acontecimiento espontáneo alegrara y divertiera al auditorio. – escribió Regina.
En otro de los artículos, se entablabla una disputa sobre lo dramáticas que son las mujeres comparadas con los hombres, y como una vez terminada la cena en Don Chicho se comprobó que los hombres son más dramáticos que las mujeres (o están más cerca que de lo que se cree). Pero el dato de color de esta segunda nota, era el precio promedio: $10 (qué bellas épocas).
DE UN JUEGO GASTRONÓMICO Y UN TIPO CON EL «NO» FÁCIL.
Una vez liquidada la entrada y pasados unos 15 minutos, decidimos reabastecernos de morfi.
En nuestra mesa, este momento pasó a ser catalogado como el «TEG Antigourmet». En un primer momento se reparten las cartas, cada comensal pispéa un poco, relojea al que tiene al lado, cabecéa al que tiene en frente como preguntando qué onda (de la misma manera que vas viendo quién es el guacho que tiene Kamtchatka y va a meter el cruce a Alaska), y después se arma el despelote.
¿Por qué?
Porque aparecen diálogos de este tipo:
¿Quién comparte conmigo una milanga napolitana?
Nadie quiere compartir con vos gordo, si después no dejás ni las migas.
Ah bueno, habló el flaco Traverso, no tenés ganas de compartir éssssta.
Y ahí se desmadra todo. Porque está claro que nadie quiere compartir ni la milanesa, ni la otra cosa, pero el problema radica en la imposibilidad racional de ponerse de acuerdo sobre qué pedir y que todos queden conformes. Pasa a ser un hecho metafísico. Y si todos se van contentos es porque hay que creer o reventar; como el empacho o el mal de ojos.
Unos quince minutos después, todos los comensales se habían puesto de acuerdo sobre qué pedir. Había de todo y se habían tejido alianzas raras, que cruzaban de punta a punta de la mesa. Grave error, porque es imposible que un plato pase por todo el campo de batalla sin ser amenazado en reiteradas oportunidades y sin sufrir bajas en los alimentos transportados.
Llamamos al mozo y Martín, el vocero oficial, dispuso sus cuerdas vocales y aclaró la voz para comunicar el complejo pedido. Y a continuación se sucedió el siguiente diálogo épico antigourmetero:
Bueno, te vamos a pedir 2 porciones de cordero.
No hay.
¿Cómo que no hay?
No, no hay.
Uhhhh, garronazo! Bueno aguantame un minuto y te llamo de nuevo.
Ya se había desatado en la mesa un barullo impresionante. Los ilusos que quedaron a la deriva empiezan a tantear a los otros comensales para ver si les comparten algo. ¡Es el TEG y te quedan 3 países pedorros! Acá pasa lo mismo. Nadie se apiada, nadie te mira, nadie te da una palmada, nadie te va a regalar nada. Es momento de unirte al pedido de la mayoría, o salir a comprar fiambre y pan en los chinos. Difícil decisión.
Los ex-Corderos se pasaron al lado de las Pastas. Llamamos la mozo.
Bueno, te pedimos un pollo a la…
No hay.
¿Cómo qué no hay?
No, no hay.
¡Pará! Me estás cargando. ¿Y qué hay?
Pastas.
¿Todas?
No.
Ahora te llamo de nuevo.
La mesa estalló en risas y todos nos preguntamos porqué no nos avisó antes. Pero no es un problema enorme, y un antigourmet lo pueda superar rápidamente. Se decidió unánimemente, pedir fucciles y/o sorrentinos para todos (cada uno se pedía la salsa).
¿Qué aprendimos de todo esto? En Don Chicho se comen pastas.
La pastalinda en la puerta, la chica amasando a la vista y todas las otras mesas comiendo fucciles nos tendrían que haber dado una pista de cómo venía la mano. Se ve que las neuronas del equipo estaban adormecidas. Si no te gustan las pastas, no vayas o llevate un tupper con tu comida preferida. Corta la bocha, dijo Ivo.
PASTAS, PASTAS, PASTAS
Claro, vos estarás pensando: ¿solamente pastas?
Así es. Pero son unas pastas alucinantes. Imaginate que desde 1922 están haciendo lo mismo, así que alguito saben del tema.
Fucciles al fierrito: son lombrices de Chernobyl. Amasados adelante tuyo, vienen en un platazo precioso con la salsa que vos quieras, porque acá si que tienen variedad como para refregártelas en la jeta. Una compotera de queso cortado de forma áspera y la lona. Simplemente tenés que agarrar un puñado con la mano, tenedorear un poco y ser feliz.
Sorrentinos: plato con 5/6 sorrentinos de buen porte. Pedimos 2 variedades y estaban las dos muy buenas. No hace falta explicar mucho, vaya, pídalos e ingiéralos.
Salsas: los distintos platos fueron pedidos con salsa blanca, 4 quesos, pesto y mixta. Nadie se quejó.
DE UNA VEDETTE DE CARNE Y SU FIEL COMPAÑERO PICANTÓN
Todo marchaba perfecto. Cada comensal tenía un plato ante sus ojos y la desesperación inicial había desaparecido. Un par de adelantados habían hecho desaparecer unos fucciles y comentaban a su ladero lo bueno que estaban. Pero de repente, el mozo apareció con 2 platos más.
Para los que pidieron las albóndigas – dijo.
La primera impresión fue quedarnos helados, con las pupilas dilatadas y las narices apuntadas directamente al humito que emanaba del plato. Hay que ir para comprobar el mito y corroborar la fama de estas bellezas. 4 bochas contundentes y amalgamadas de carne, con especias varias, bañada en más y más y más salsa.
Pinchar una almóndiga y depositarla sobre los fucciles es una experiencia de otro planeta. Cuando la dejás y te alejás un poco, da la impresión que un meteorito gigante acaba de estrellarse contra el plato. Dos comensales miraban el techo para ver si encontraban el agujero por donde habían entrado al salón y otros buscaban en internet noticias sobre la detección de objetos voladores no identificados en las cercanías de Villa Ortúzar. La almóndiga fue la vedette de la noche.
Pero ojo al piojo, que faltaba la apareción de un fiel compañero de la famosa pastasciutta DonChichense. Un amigo de la casa, que pocos conocen y que representa un verdadero desafío para un antigourmet. Porque nosotros somos de decir: «vos traé cualquier cosa que nosotros lo comemos», pero (siempre hay un pero) vamos a ver cuántos machos quedan cuando el mozo se acerque a la mesa y te alcance a ÉL.
El terror del paladar, el enemigo de las papilas gustativas, el estrangulador del nervio lingual, el barrefondo de la faringe, el WD-40 de amígdalas, el único… EL FRASCO DE PICKLES.
¡Olvidate! Si dicen que la Coca-Cola afloja las tuercas, el frasco de pickles de Don Chicho es el que le enseñó a la Coca-Cola el arte del ablandamiento. Este tubo de vidrio con tapa de plástico viene conteniendo a estos pickles desde 1922. Cuenta la historia que cuando el dueño de la cantina compró el lote, allá por el año 1910, cortó el pasto y encontró este frasco.
La baranda que tira cuando lo abrís, la podés comparar con:
- Venir en moto a las chapas y cuando vas a doblar una esquina, te encontrás con un mamut y te estrolás a 150 km/h contra el culo del ex-mamífero.
- Estar en un fiesta de egresados de la secundaria, sacar a bailar a la novia de Mike Tyson, que él te vea y te haga la señal mafiosa de «te voy a cortar la cabeza, gil».
- Ir al cine para ver Los Bañeros 4, y que te toque una butaca entre Mike Tyson y el mamut.
Y si el olor no te pega un piñón, animate a probarlos. Es más… hacé esta prueba. Meté el tenedor vacío en el tarro, sacalo y después de eso, pinchá un fuccille y comelo. Vas a ver cómo te afloja toda la estantería ese elixir.
Uno de los comensales invitados, el Sr. Maringa, se quiso hacer el vivo y dijo: «dame, dame, qué tanto quilombo, a mi me encanta el picante». Hacía mucho tiempo que este redactor no veía a alguien tan al rojo vivo. Pensamos que se iba a prender fuego en cualquier momento. Era un constante jadeo, seguido de estiradas de cuello y apuntar la mandíbula al techo en busca de algún signo de salvación, pero no hay nada que puedas hacer. Pobre Maringa, su nuevo apodo de Caballero Rojo lo seguirá por siempre.
Dato Antigourmet: El pickle es mortal. De hecho, las serpientes cobras se alimentan de pickles Don Chicho desde que nacen.
Y pasamos a los postres…
POSTRES
Habíamos quedado satisfechos con la entradita y las pastas, pero no dudamos en pedir un par de postres típicos como para irnos pa´las casas con el gustito del deber cumplido. Más vale que ni pedimos la carta, porque si le pedís algo más elaborado que un flan, seguramente te dicen que no hay y traen otra ronda de fucciles.
Marchamos: tiramisú helado, flan mixto, budín de pan y, por supuesto, fresco y batata. Estaba todo rico, pero no es un lugar que se destaque por los postres. Los precios de los postres son baratos, comparados con otros lugares.
CONCLUSIÓN
Don Chicho es un lugar que tiene más de 90 años haciendo fucciles. Son ricos, caseros, te los hacen adelante tuyo, la porción está bien, las albóndigas son una leyenda en todo Capital, los pickles explotan y nada más. La pregunta es: ¿hace falta algo más?
Y… la verdad que no. Como antigourmeteros que somos, este lugar cumple con nuestras premisas sobre la honestidad, el trato cordial y la simpleza de sus platos. Ya estábamos felices de haber pasado una linda velada, llena de anécdotas y de que nos sirvieran unas pastas como las que amasaba la abuela Rosa los domingos. No necesitábamos nada más para irnos a dormir con una sonrisa de oreja a oreja.
Vimos un montón de mesas de amigas, e incluso hablamos con 2 chicas que son habitúes del lugar. Nos dijeron que la salsa rosa va perfecta con cualquiera de las pastas y que los precios son un chiste comparados con lo que te cobran en un lugar de Palermo.
Es un lugar ideal para disfrutar de una cena entre amigos, un cumpleaños, o llevar a comer a tus viejos (más todavía si son del interior y de los que dicen: «estos porteños comen cualquier cosa»).
Miércoles. Ponele, 23:50. Salimos de Don Chicho. Mucha felicidad en el cuerpo.