Para empezar esta reseña necesitamos sumergirnos en el hábitat natural donde vive el Pájaro. Chacras de Coria está en el departamento de Luján de Cuyo, a unos 15 kilómetros de la capital de Mendoza, justo al sur de Godoy Cruz.

Es un oasis verde en el desierto cuyano, uno de los pocos rincones frescos en el verano mendocino, muy necesarios cuando el sol se pone picante. Hace muchos años era el lugar preferido de los poderosos para construir sus casas de fin de semana. Hoy es un lugar que atrae al turismo mundial con la combinación de clima, bodegas y gastronomía.

Como ya estarán suponiendo, la temible G.G. (Gilada Gourmet) ha encontrado en Chacras de Coria un hermoso caldo de cultivo. Pero ahí, en el medio de un gran despliegue de propuestas gourmet estrafalarias y tacañas, también está el nido del Pájaro.

Esta reseña es un mapa del tesoro para esas almas Antigourmeteras que van a conocer Chacras de Coria, pero no quieren que les sirvan un mini-raviol reposando sobre un colchón de mentiras. Esta reseña es para esos corazones que se sientan a comer y pretenden levantarse de la mesa con un talle más de pantalón.

Lo primero que hay que hacer es llegar a la casa del Pájaro, en la calle Viamonte, a dos cuadras de la plaza. Ahí vivió desde la infancia, con sus viejos.

Antes de mudarse ya la conocía, porque ahí funcionaba la bicicletería de don Cobo, la primera de Chacras. Y está prácticamente igual que en ese momento, refaccionada, con las baldosas de dos colores, el techo de caña y el zaguán. Atrás tiene una galería al aire libre y un patiecito que invita al vermú.

De la cocina emerge el cocinero y dueño del boliche, que no se ganó su apodo precisamente por parecerse a un pajarito. Es un apodo heredado de su papá, Carlos Alberto López Pájaro, popular humorista mendocino, más conocido como El Payaso Cococho del Canal 7 provincial, que en su faceta de productor trajo a Mendoza a Titanes en el Ring y a Sandro, entre varios otros.

El Payaso Cococho con Sandro

EL PÁJARO MUSICAL

Algo de ese oficio por la hospitalidad heredó también el Pájaro, que también es conocido como el chef del rock. Lo bautizó así Natalio Faingold, uno de los primeros rockeros de esta parte del país (autor de “Lamento Boliviano”, la canción de rock argentino más escuchada en la historia de Spotify) después de invitarlo a participar de la elaboración de un disco en carácter de cocinero de la banda.

Alcohol Etílico, banda pionera del rock, donde tocaba Natalio Faingold

Y es que el Pájaro se ha propuesto la heroica tarea de alimentar a la escena rockera local. Los músicos que vienen de Buenos Aires a tocar al Willy’s Bar, que queda a cuadra y media, suelen previar en Lo del Pájaro, que es el encargado de la dura labor de saciar sus apetitos.

Y como los bluseros viejos que van a comer a su bodegón, el Pájaro busca un sabor de otro tiempo, para esos que prefieren mejorar la fórmula antes que pretender inventar otra nueva. Él hace absolutamente todo lo que se sirve, lo único que compra hecho es la vainilla para el tiramisú.

 

Nosotros llegamos tempranito y empezamos bien: de entrada, con el pan, nos trajeron doble recipiente de salsita (uno para cada). Gran gesto para evitar rispideces entre la gente de buen comer como nosotros. Esa “salsita” en realidad era un risotto, que se lleva muy bien con el pan casero. Se siente como cuando uno sopa el pan en el guiso de la abuela mientras está distraída, ese sabor de muchos ingredientes que vienen compartiendo olla y fuego hace un rato largo.

Con la entrada viene la carta, y lo primero que nos encontramos son detalles que no vamos a poder encontrar tan fácil en otro restorán de la zona.

Para arrancar apuntamos las Papas del Pájaro, que vienen con chimi, verdeo, dos tipos de queso y (atención) dos huevos fritos. ¡Listo, estamos donde queremos!

En la parte de las bebidas hay otro guiño para la comunidad bodegonera mundial: vino en pingüino con soda, por unos pocos pesos.

Otro gran detalle es que al lado de cada plato está su peso. La importancia de los datos duros. Cuando le consultamos al cocinero por este tema se expresó como un verdadero militante antigourmet:

Es que hay cada garca en la gastronomía… te dicen ojo de bife y te traen doscientos gramos. Ojo de bife es más de cuatrocientos o no es.

Cuando estábamos muy conversando nos sorprendió, como una piña al mentón, el osobuco. Braseado durante cuatro horas en el horno, acompañado con puré de papas, se plantó en el medio de la mesa y con el perfume casi nos voltea. Jugoso, bien condimentado y tan tierno que te lo sirven con cuchara. Cuestión aparte es ese caracú con un pancito. Gran canapé.

Los 29 grados de la noche nos hacen preferir que el apartado de los guisos nos lo cuenten, porque vivirlo nos haría transpirar hasta la deshidratación.

Y lo que cuenta el Pájaro nos da muchas ganas de volver en invierno. Guiso de lentejas con chorizo, polenta con salsa y tomaticán, un guiso mendocino (receta de su mamá y su abuela) hecho a base de tomate y huevo.

Todavía no nos recuperábamos del osobuco cuando llegaron los ñoquis. De hongos de pino, con salsa de verdeo. Contundentes, imposible comerse uno entero de un solo bocado. Igual el plato quedó limpio, porque estaban muy muy buenos.

Nos despedimos del Pájaro con un flan con dulce de leche que nos llegó a emocionar.

Antes de irnos, pegamos la calcomanía en la puerta.

Esperamos que el huevo frito sirva como la cruz del mapa para los viajeros que buscan comida honesta, abundante y preparada con mucho corazón.

Lucas Debandi
Corresponsal Antigourmetero en Mendoza
@lucasdebandi
ph: Fabrizio Caligoli