Corría el año 2014. Nadie lo podía alcanzar. Era una fría noche de invierno en el barrio de Villurca. Caminando a las 12 de la noche, se encuentran de pura chiripa dos integrantes del Antigourmet línea fundadora. Uno de ellos volvía de cenar en la Cantina Bruno, el otro recién salía de ejercitar otra de sus pasiones: la Pelota Paleta. Junto a él, un amigo que también salía de jugar se presenta como el Dr. José Luis Rodríguez (ningún parentesco con el Puma).

De ese choque fortuito, surge el siguiente diálogo:

¿Qué te parece si el sábado a la noche vamos a morfar por ahí? – dijo Facundo.

Dale, pero que sea algo tranqui, mirá que ando con el hígado en la mano – contesta Matías, señalándose el costado izquierdo donde claramente no está el hígado.

¿Ya fueron a Cangas del Narcea? Es saladito, pero se van a volver locos. – tiró de repente el doctor, como un monje negro, camuflado en las sombras de la noche.

Cualquier lugar que prometa volvernos locos es algo que los antigourmeteros no podemos resistir. Así fue como, en menos de 45 segundos, se decidió el próximo destino. Un tablao que propone a sus comensales, además de muchos platos, un par de números artísticos.

Quizás este podría ser el momento de responder la siguiente pregunta: ¿Qué carajo es para un antigourmetero “algo tranqui”? Pero creemos que no será necesario. La definición surgirá solita cuando termines de leer la reseña. ¡Que empiece el show!

DE UN LUGAR PARA ESTACIONAR, UN MONTÓN DE DUDAS Y UNA BOTA FELIZ QUE EXPLICA TODO

Llamamos el sábado al mediodía para reservar y atendió una voz con acento español de verdad (no ese que te sale cuando querés contar un chiste de gallegos). Somos nueve le advertimos, a lo que contestó: “Bueno hijo, vengan nomás, ya veré dónde los acomodo”. Y ahí fuimos.

Cangas del Narcea queda en Beruti, a dos cuadras de Santa Fe y J. B. Justo. Ya se pueden imaginar el bodrio que es encontrar un lugar para estacionar a las 21:30 horas. La cosa es que dimos vueltas y vueltas hasta que encontramos un hueco sobre Godoy Cruz. En el momento en que vamos a meter el auto aparece un Clio Mío y lo clava de punta. Chau lugar.

Como llegábamos tarde a la reserva, vimos que cruzando la vereda había un estacionamiento. Enfilamos medio calientes, comprobamos que había lugar y dejamos el auto. Nos dieron el papelito y dimos la vuelta de manzana para entrar en Cangas. Maldito Clio Mío de satanás, ojalá te lo lleve la grúa (después nos quedamos preocupados, porque si era el auto de Darín en Relatos Salvajes se iba a complicar la situación).

En la puerta decía «Centro Cangas del Narcea», así que las preguntas obligadas eran: ¿Qué es Cangas? ¿Qué es Narcea? O sea, sobre 3 palabras teníamos dudas en 2. Buen promedio para arrancar. Y la última duda cayó cuando vimos que el lugar donde se come NO se llama Cangas del Narcea, sino «Jorge y su bota». ¡Posta!

En fin, entramos a pura confusión pero nos duró poco, porque Jorge (la voz española del teléfono) trasladó a un par de comensales para ubicarnos en las dos primeras mesas (una redonda y otra cuadrada). Nos sentamos y al toque cayó Osvaldo, el animador/sonidista/grantipo que lleva el ritmo en este lugar. Se presentó tomando vino en bota y nos preguntó: ¿alguno se anima?

Por supuesto que sí. Después de hacer nuestras primeras armas en la toma de vino en bota, nos miramos y en los ojos de todos notamos como la chispa antigourmetera se encendía al rojo vivo. El lugar ya nos había adoptado. Entonces Osvaldo nos fogoneó un poco más: «muchachos, tengo que seguir, qué laburo de mierda que tengo» – dijo. Y prosiguió de roteiyon por el salón, tomando vino a discreción, haciendo feliz a la gente y a su bota. Con eso enamoró a toda la mesa y estábamos listos para lo que venga.

Al rato volvió para aclararnos y desaclararnos las cosas:

La primera, que Cangas del Narcea es un Concejo de Asturias;

La segunda, que no tenía idea de que era una Canga (parece que es un tipo de vivienda);

La tercera, que Narcea es el nombre del río que cruza las Cangas;

La cuarta, y fundamental, que al salir nos firmaban el papelito para que el estacionamiento nos salga gratis.

¡Viva España! Un gran dato antigourmetero que no figura en ningún lado. Andá y metelo derecho nomás, es un estacionamiento justo a la vuelta que tiene una E, obvio.

DE UNOS PÉSIMOS ESTRATEGAS Y UN MOZO EXPERTO EN ÁNGULOS

De movida nos dimos cuenta que Cangas no era un lugar tradicional a la carta. Apenas apoyamos las bases en la silla, ya nos habían dejado en la mesa un par de aguas y una gaseosa. Obviamente esto motivó la quinta pregunta:

Che, Osvaldo, tenemos otra duda… ¿Cómo es la cosa acá?

Acá la cosa es precio fijo por variedad de entradas, platos y postres, con bebidas no alcohólicas incluidas, ¡más chou! – nos dijo, y luego aclaró en un tono solemne: muchachos, morfen tranquilos que esto dura hasta las 3 de la mañana.

Faaaaaaaa! Todos miramos nuestros celulares para ver la hora. Comprobamos que eran 22:05. O sea, que según cálculos rápidos, nos esperaban cinco horas de morfi (como mínimo). Mucha felicidad se vio reflejada en los rostros antigourmeteros y empezamos a delinear una estrategia para no llenarnos con las entradas. Porque viste que en estos lugares, a veces, te llenan de pan con manteca y cuando querés acordar no te entra ni un fideo dedalito más.

Decidimos que atacar por los flancos era la mejor opción. No encarar directo a la ensalada rusa porque te copás y no podés parar, también optamos por racionar las porciones, establecer parámetros claros para compartir platos y dividir la mesa en 4 cuadrantes cada uno de ellos con un responsable de platos zonal. Incluso se creó un detallado sistema de señas para que todos los comensales se enteren cuando alguien se estaba excediendo.

Bueno… fue al pedo. Como estrategas, los antigourmeteros somos muy buenos ginecólogos. El mozo nos ofreció 12 opciones y cuando estábamos por dictarle lo deliberado, se escuchó desde el fondo:

Traelos todos.

Nos dimos vuelta, y miramos a Facundo fijamente. El mozo también lo miró y sus ojos se asemejaron durante un breve instante a dos huevos fritos de nuestro querido logo. Facundo, inmutable, subió la apuesta cuando agregó:

Ah, pero no sean cagones. Vos haceme caso y traelos todos que yo los termino.

huevoo

Mozo sorprendido y anguloso

El mozo enfiló pa’ la cocina y lo vimos relojear al solicitante del pedido un par de veces, pero nada más. Calculamos que se le vino la noche pensando cómo hacer para traer 12 platos. Pero allá fue. Rumbo a la trinchera con la orden más completa de la historia.

A los 10 minutos apareció el tipo de nuevo, pero esta vez, con dos fieles laderos. Cuatro o cinco platos cada uno. Los revoleaban a la mesa como si estuviesen jugando al frisbee. Todos muy talentosos. Incluso cuando a uno de ellos le quedaba un solo plato y en la mesa no entraba más nada dijo: «acá tengo un ángulo», apoyó una fuente de rabas y se fue. Todavía nos preguntamos cómo encontró un ángulo, porque la mesa era redonda.

Nosotros nos refregábamos la cara sin poder entender cómo mierda siempre nos pasa lo mismo. La estrategia hecha trizas. La planificación antigourmetera reducida a cenizas. Y ahí estábamos, otra vez, frente al desafío de destrozar todo el lugar; y no íbamos a defraudar. ¡Vamos que se puede, carajo! Pero antes… ¡Mozo, traete 3 vinos!

ENTRADAS

Porotos: unos porotos preciosos, grandotes, como aceitunas. Picaban como la recalcada madre y encontramos un ajo más grande que uno de los porotos dando vueltas por ahí. Una linda compotera como para entrar en calor.

Morrones fritos en conserva: manjar! Los podés comer solos, pero también son un plato ideal como complemento a la ensalada rusa o a la tortilla. Vimos que un comensal mojó el pancito en el aceite. Un verdadero mutante.

Algo redondo de pescado: unas 10 bochas preciosas de unos 6 cm. de diámetro. Vaya uno a saber qué pescado tenían adentro, pero estaban más buenas que comer pollo con la mano. Hubo un par de intentos de adivinar su contenido, pero si mirabas para el costado había como 9 platos más. Así que basta de tantas preguntas y manos a la obra.

Ensalada Rusa: impresionante, fabulosa. Una fuente del siglo XVI. Super abundante, alcanzó para que los 9 comensales la probemos de sobra. A veces es difícil que una rusa te sorprenda porque la hemos comido miles de veces, pero todos los ingredientes estaban cortados chiquitos, por lo tanto no había ninguno que te atore y te haga perder valiosos segundos. Fundamental en la rusa.

Rabas: nos trajeron 3 fuentes, a falta de una. Algo raro fue que una fuente estaba media chiclosa, onda Bubaloo o DinOvo. Entonces la gente que estaba más cerca de esa tanda de rabas se quejó un poco. Pero cuando les alcanzaron, tacañamente, unas cuantas de las otra fuente se dieron cuenta que estaban geniales. Mucho limón y adentro.

Queso con boquerones: siempre que aparecen los boquerones se arma un quilombo en la mesa. ¿Son anchoas o son otra cosa? Algunos dicen que son más suaves, otros que son más chicos. La verdad es que son el mismo bicho. La única diferencia está en el proceso de salazón. O sea, si te lo sirven fresco es un boquerón y si lo bañan en sal se llama anchoa. Por eso, este queso el boquerón le iba como trompada porque si te clavás una anchoa no le sentís gusto al queso. Una combinación tan buena que hizo recordar a otra de las mejores (queso fontina con cerezas al marrasquino).

Tortilla de papas: acá es importante destacar el aroma que emanaba de esta circunferencia papal. Olela, olela (fue el comentario general). Después… Babé, babé: el requisito principal que un antigourmetero siempre busca estaba más que aprobado. Pero lo innovador del plato fue que vino cortada en porciones. Tipo pizza. Así que fue más simple de repartir entre los comensales.

Bandeja de fiambre A: con salame, jamón crudo, leberwürst (o leber a secas, para la gente como uno). El jamón crudo se llevó todos los aplausos. Para este momento un par de personas de las mesas aledañas nos miraban como si fuésemos un grupo de buitres desaforados. A lo que respondimos bajando el cuello, achinando los ojos, subiendo los hombros y mirándolos fijos. Creemos que si alguno lanzaba un sonido de buitre se iban todos del miedo (pero por suerte los buitres no tienen órgano de fonación).

Dato literario: hay un libro que se llama «El dulce gorjeo del buitre en celo», pero calculamos que el buitre podía gorjear porque estaba caliente como una pava, de lo contrario un buitre no dice ni mú.

Bandeja de fiambre B: lomito ahumado, chorizo y jamón ahumado de ciervo. Para este momento ya estábamos complicados. Entrarle al último plato de la tanda fue toda una proeza llena de optimismo y pasión. Necesitábamos un respiro porque si no íbamos a empezar a delirar como Quico cuando le dice al Chavo: «Ya falta poco para que me compren mi pelota cuadrada». Un par de fetas de lomito y jamón ahumado hicieron milagros en el paladar antigourmet y así fue cómo liquidamos las entradas de Cangas.

DE LA PRESENTACIÓN DE (TODOS) LOS COMENSALES Y UN STRIPTEASE EVITADO JUSTO A TIEMPO

Volvió la paz. Los vecinos veían como nos transformábamos en seres humanos nuevamente. Comenzamos a relajar las gargantas, metimos agua a discreción, volvieron las palabras a la mesa, con jugosos comentarios acerca de las bellezas masticadas y el clásico aflojamiento de cinto (1 o 2 agujeros menos, según elasticidad de la panza).

Mientras el aire entraba en nuestros pulmones, la música comenzó a sonar. Eduardo, en su rol de DJ, empezó a mover el Winamp y todo el salón comenzó a coparse con la joda. La locutora oficial de Cangas, que además es la esposa de Eduardo, hizo una recorrida por todos los comensales. Fue algo genial, porque el humor general de todos cambió después de esto, especialmente por cómo arrancó la presentación. Fue algo así (obviamente que los nombres son inventados porque no nos acordamos ni en pepe):

«Bueno, le damos la bienvenida a Juan y Ana, que están acá porque cumplen… 2 meses de novios.»

Cuando nos damos vuelta para aplaudirlos, vemos a esta pareja de 50 y pico años súper enamorados que saludaban a todos. Dos meses de novios; unos fenómenos. Obviamente el equipo antigourmet tomó partido y al grito de «piquito, piquito» comenzó una arenga infernal que culminó con los tórtolos juntando sus labios para la felicidad de todos.

«Seguimos presentando a nuestros amigos, y es el turno de Gonzalo y Clara, que… no tengo idea cómo están acá… porque vinieron a festejar… su luna de miel.»

¡Naaaaaa, listo! ¡Cerrá todo! Unos genios totales. Se casaron y en vez de irse al Caribe se fueron a Cangas del Narcea. Eso es entender la vida. Hubo aplausos interminables y risas a morir.

Luego presentaron a un señor que cumplía 50 años, acompañado de toda su familia. A otro matrimonio que festejaba un montón de años juntos. Y así pasaron todas las mesas, incluyendo la nuestra, hasta llegar a ELLA.

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Gracias Ñata por tanta magia

ELLA era ÑATA. Cumplía 70 años ese día. Estaba con toda la familia y se paró a saludar a todos cuando la nombraron. Una vieja hermosa y llena de vida que no dudó en subirse al escenario cuando la llamaron. No nos acordamos qué dijo, pero como le gritaban que estaba divina, el DJ no tuvo mejor idea que poner la canción de nueve semanas y media.

Ahí se pudrió todo, porque la Ñata se sacó un chal que tenía, se lo pasó entre las piernas y empezó el show. ¡Ay, Dios! Casi nos morimos de la emoción, nos abrazábamos y no podíamos creer lo que estábamos viendo.

Menos mal que la locutora frenó a la Ñata, porque si pelaba una teta nos iban a tener que devolver la guita a todos. Pero fue fabuloso y, después de eso, estábamos preparados para cualquier cosa durante esta loca noche de tablao.

DE UN SALÓN TUNEADO Y UN JUGADOR RUSO DE BOLOS CELTA

El lugar donde vas a comer es el clásico salón de club. Pero en este caso la decoración es una amalgama entre: una foto de Jorge metido en un tonel de madera bañándose en el jugo de miles de uvas, con algún que otro cuadro de España, con más fotos de Jorge tomando de su clásica bota y un centenar de trofeos en las vitrinas. Un par de integrantes de nuestro equipo, que ya habían comenzado el proceso de digestión, se acercaron a chusmear más de cerca y descubrieron un montón de copas raras. ¿Por qué? Porque decían: «Campeón de bolos celtas».

Perfecto. Próximo paso. Saber qué boñiga era eso.

Porque un antigourmetero nunca debe quedarse con la duda sobre algo que forma parte de la experiencia bodegonera/cantinera. Llamamos a uno de los mozos y nos dijo que él no tenía idea. ¡Para qué! El equipo se puso en alerta máxima, detectando cualquier señal de alguna persona con cara de «yo sé lo que es». Y así fue como llegamos a otro de los mozos, el que atendía las mesas alejadas. Nos contó que justo atrás del salón hay una cancha de bolos celtas (o sea que el deporte existe) y le dijimos que nos lleve a conocerla.

Ahí nos enteramos que es una cancha de tierra, con una piedra bolera donde se colocan los 9 bolos. El jugador se coloca a una distancia de 3 metros, ponele, y le tiene que descerrajar un pelotazo a los pobre bolos. La idea es hacerlos volar hasta la pared del otro lado, unos 35 metros. El que los manda más al carajo gana. Facundo, de nuestro team, hizo un intento y casi llega al otro lado. De todos modos, no hubiese ganado porque lo que casi llega hasta el otro lado fue su hombro derecho.

Cuando nos estábamos marchando apareció por la puerta de la cancha Vladimir Putin. Bueno, en realidad, no le entendimos el nombre, por eso lo bautizamos como Vladimir. Un amigo ruso que trabaja de cocinero en Cangas y que nos demostró que el cruce deportivo ruso-celta es posible. Agarró una pelota, se paró derechito y sacudió semejante pelotazo que si te agarra un pie te lo hace moco. ¡Mamadera! Un poco satisfechos, un poco asustados, un poco con hambre, volvimos a nuestra mesa con el deber cumplido, los pieses sanos y un hombro menos. Lindo deporte para sacar toda tu furia contenida (más info acá).

¡CHOU, CHOU, CHOU, QUEREMOS CHOU!

Mientras nosotros volvíamos a nuestra mesa, la locutora volvió a las tablas para presentar al cuerpo estable de flamenco. Una cantaora muy fina, que usó para su repertorio 3 temas muy conocidos: uno de Paco de Lucía, uno de Niña Pastori y otro de ¡Miranda! Hubo dudas en la mesa sobre el último, porque podía ser de Tan Biónica, pero como no conocíamos mucho el género la dejamos pasar. Estuvo muy bueno porque toda la gente mayor se copó cantando y todos revoleamos las servilletas, con altísimas probabilidades de pérdida ocular para el que tenías al lado.

Después de la voz, vino el baile. Tres mujeres que la descosieron con un baile hermoso y super coordinado. Unas prendas y unos peinados, que si llevás a tu vieja a cenar ahí la podés tener hablando sobre eso durante horas. Vestidos largos hasta los tobillos y super entallados, con un mantón en los hombros y el pelo recogido. Preciosos los movimientos de las manos, para comprobar que las bailaoras tienen una calesita en las muñecas, en lugar de huesos. Hicieron tres temas y se fueron ovacionadas por todos, especialmente por la Ñata que seguía prometiendo el striptease.

PLATOS PRINCIPALES

El mozo reapareció por nuestra mesa, pero en su caminar notamos algo raro. Se acercaba con cautela, como teniéndole miedo a la horda de la mesa del fondo, o sea, nosotros. Claro, después de semejante sacudida que le pegamos con la entrada, el tipo habrá pensado que le íbamos a aflojar con los platos principales.

¡NO SEÑOR! Nada de aflojar, nada de sacarle la panza a las balas, nada de nada. ¡Esto es el Antigourmet!

Los miembros del equipo nos miramos como a los ojos, sabiendo que al lado había un kamikaze igual a uno. Sin miedo al ridículo, sin pánico a ensuciarse la chomba con un litro de tuco, sin dudas para agarrar una pata de pollo con la mano.  Y así, con la plena seguridad y confianza en el otro, pedimos que nos traiga TODO LO OFRECIDO (de nuevo).

Vizcacha con alioli: la vizcacha estaba muy sabrosa y la porción era para compartir, pero la estrella del plato es el alioli. ¡Qué gustito que agarra la carne cuando le ponés alioli! Para los que no saben, es simplemente la mezcla de ajo y aceite de oliva, muy tradicional en España. Nosotros adoptamos la costumbre de ponerle alioli a todo, incluyendo grisines y criollitas.

Conejo al tomillo: ¡Qué mamado estaba el conejo! Super en pedo, un borracho perdido. El gustito a vino y cognac nos dio la pauta de la tremenda curda que portaba el orejudo. Como es algo que generalmente no comemos, parece complicado o raro. Olvidate. Es un plato bien simple y riquísimo si está bien hecho, porque el tomillo le da un gustito especial. Plato chico, para no convidarle a nadie.

Cochinillo con fritas: una de las gratas sorpresas de la noche. Normalmente el cochinillo es tentador cuando lo lees en la carta, pero después, cuando llega a la mesa te das cuenta que: 1) es pura grasa, 2) es un pedacito chiquitito, 3) no tiene ningún condimento que le de sabor. Bueno, ninguna de las 3 cosas nos pasó. Prácticamente desgrasado, 6 porciones abundantes y para colmo el mozo nos alcanzó un tarro de mermelada lleno de chimichurri (el mejor que probamos en capital, lejos). Un manjar. Las fotos no nos dejan mentir.

Cazuela de Mariscos: una linda cazuela, minada de tentáculos y cosas raras del mar. La salsa estaba saladísima, pero al que se quejaba le enchufábamos de prepo una cucharada del chimichurri. Así que todos chitos la boca y a disfrutar de los mariscos. Para compartir tranquilamente.

Paella: una muy contundente paella marinera. Los cosos (langostinos, almejas y mejillones) estaban tapados por una tonelada de arróz. Arriba de todo: 4 rodajas de limón y un par de morrones asados (que no sabemos cómo llegaron ahí). Si estás con hambre es complicada para compartir, pero si te clavaste 12 entradas como nosotros…

Salmon rosado a la parrilla: suavecito y apenas pasado. No fue un plato muy alabado que digamos y no es para compartir.

Abadejo a la gallega: estaba 9 puntos. El plato traía un montón de cebolla y morrones en tiritas. Pimienta a rolete y arriba tenía una salsita con ajo (ajada) que le daba un gustito especial.

AGREGADOS CULTURALES

Las mandíbulas, cansadas. La respiración, complicada. Las sillas, tembleques. El vino, extinto. La Ñata, extasiada. El vecino de mesa, anonadado. Un momento complicado en la vida de un antigourmetero.

Nuestro mozo, en un acto heroico de compasión, nos ofreció un sacabocado, para hacerle un agujero más al cinto de uno de nuestros comensales. «Lo noto raro, un poco rojo» – nos dijo tímidamente. Le explicamos que estaba en pleno proceso de mitosis y que si esperaba un ratito, podía llegar a ser testigo de cómo ese comensal se transformaba en dos comensales exactamente iguales, gracias a la famosa división celular.

De todos modos, un comentario llegó desde el fondo de la mesa:

Che, no pedimos ni una milanga pa’ ver cómo son. – explicó el Excitante Pait.

Es verdad, ni un mísero plato de ravioles, andá a saber cómo son las pastas acá. – retrucó la Bestia Dilluvio.

Y pasó lo que tenía que pasar. Ante la mirada incrédula de Jorge, Osvaldo, la locutora, nuestro mozo, los demás mozos, los vecinos de mesa, la Ñata, las 3 bailaoras, la señora cantaora, los novios hace dos meses, la pareja en plena luna de miel y el ruso de los bolos celtas… pedimos un par de platos más.

Acá les dejamos la reseña de los clásicos, los incunables, los agregados culturales que toda mesa antigourmet debe tener:

Milanesa napolitana con fritas: un emblema nacional. No podíamos pedir paella y no pedir una buena milanga. Y la verdad que Cangas acá tampoco decepcionó. Comentario al pie para la porción de fritas: si le poníamos abajo, un rollo entero de papel de esos de cocina, les podemos asegurar que lo sacábamos sin una gota de aceite.

Ravioles de Verdura con bolognesa: una fuente llena! Cuando lo vimos se nos cayeron las medias, pero cuando probamos el primero casi pedimos otro plato más. Una verdadera obra maestra del raviol. Porción abundante, frescos y bien calientes. Tenían vestigios de carne picada en la salsa, pero ya no entendíamos más nada.

DE UNA PEÑA DIGESTIVA, UN CASI NONI-NONI Y UN BOMBISTA FURIOSO.

Una vez que nos limpiaron la mesa (cosa que llevó tiempo porque teníamos 298 platos, 32 fuentes y un par de cazuelas), apareció nuevamente en el escenario la bella locutora. En este caso, para presentar a un músico, folclorista él, que subió acompañado de 2 guitarristas/bombistas/detodoístas. Arrancó el show y…

Nos dormimos.

Y no es joda, eh. Literalmente nos dormimos. Empezamos a cabecear a mitad de la primera canción. Claro, con todo lo que habíamos comido, lo ideal no era traernos un cantante, sino traernos unos cuantos colchones inflables y un par de cobijas.

En fin… el tipo estaba empecinado en mostrarnos su lado artístico y nosotros estábamos empecinados en mostrarle nuestro lado somnoliento. La cantidad de bostezos que tiramos al aire fueron incalculables. Uno de los guitarristas nos miraba fijo como diciendo: «los cagó a trompadas», pero nosotros no lo podíamos mirar fijo porque se nos cruzaban los ojos.

Aclaremos que no estábamos solos en esta cruzada para contar ovejas. La canción era totalmente soporífera y había unas cuantas mesas en el mismo estado nuestro, que era pre-catatónico. La cosa se iba a poner fulera si alguno le pegaba un frentazo a la mesa, pero cuando terminó el primer tema, apareció el talento innato del artista para darse cuenta del bodrio que había cantado y darle una vuelta de rosca a su repertorio.

¡CHACARERA! – gritó el tipo.

La puta madre. El cagazo que nos hizo pegar. Todo el mundo pegó un brinco, los ojos se acomodaron en sus órbitas y volvimos a la vida. Una flor de chacarera interpretaron, que terminó con todo el salón agitando las servilletas, como si además de despertarnos, nos hubiésemos contagiado con el síndrome de La Sole.

El tipo no bajó el ritmo hasta el final de su show. Más le valía, porque si aflojaba un minuto nos rompíamos la pera contra el suelo. Y estuvo muy bueno cuando en el último tema metieron un corte para que uno de los bombistas haga un show con boleadoras. Por supuesto, era el bombista que nos miraba mal, así que agradecimos no haberlo hecho calentar porque si te pega un boleadorazo a semejante velocidad… te la debo!

Estuvo muy lindo el resto del show, porque además de disfrutarlo pudimos comenzar la digestión. Así que alguno ya empezó a chusmear las mesas de al lado en busca de algún postrecito.

DE UN CANTOR ATRAGANTADO CON VINO Y UN TINTOAERO QUE NO SIRVE PA’ MIERDA.

Antes de la llegada abrupta de los postres a nuestra mesa, hubo tiempo para un pequeño show tradicional vasco. Jorge y su bota, es el nombre de este restaurante, y acá viene el por qué.

El tipo se subió al escenario y cantó un tema completo mientras tomaba vino con la bota. Así como te la cuento. «Yo sé bien que estoy afuera, pero el día en que yo me muera, sé que tendrás que llorar…» – cantaba mientras se tomaba 1 litro de vino tinto. ¡Para qué! La ovación que le propinamos: fabulosa. Nos podíamos dejar de aplaudir y admirar semejante destreza. Tomar un chorro de vino y cantar, sin llenarte de líquido el 90% del cuerpo es algo muy complicado de hacer.

Y si no nos creen, pueden preguntarle a un par del Equipo Antigourmet que quisieron probar suerte y terminaron atragantados, con 250 cm3 de vino cayendo por la comisura de los labios y sin pronunciar ninguna palabra descifrable por la raza humana.

Una excepción a la regla fue la de Facu, que subió al escenario y mientras tomaba vino logró pronunciar claramente: «antigourmettmp.com.ar», pero como consecuencia se trajo una media docena de lamparones de vino tinto en la remera blanca que tenía puesta.

 IMPORTANTE: queremos hacerle saber al dueño de Tintoaero que eso de «quitamanchas, no deja aureola» no funciona en el 100% de los casos. Todo bien con que no necesita enjuague y no daña el medioambiente, pero tengo 3 aurelas en la camisa que no se me van nunca más en la vida. Está bien que el producto no contemple a un estúpido tomando vino en bota e intentando cantar al mismo tiempo, pero debería figurar esta aclaración en el envase. Gracias.

POSTRES Y TAZAS QUE HIIIRVEN!

Llegó el momento de los postres y para eso el equipo completo utilizó el abanico de posibilidades que te brinda ser un montón de personas. Entonces nos pusimos de acuerdo para hacer una buena cata general de postres. No pedimos «traé todos» de nuevo porque iba a ser un despropósito culinario, pero en una de esas, si te los envuelven… andá a saber.

Queso y dulce: muy buena porción de queso y el dulce de batata de una marca conocida. Tienen membrillo si te gusta más y podés elegir entre queso fresco o Mar del Plata. Muy bien!

Flan mixto: lindo por donde se lo mire. Digamos que era el Iván de Pineda de los flanes mixtos. Un poco flojo el dulce de leche, pero la catarata de crema lo complementaba perfecto. El flan si bien es casero, no es muy grande que digamos.

Higos, zapallos y castañas en almíbar: acá sí se puso interesante la mesa. Hubo discusiones sobre la cantidad de higos y zapallos en el plato. La verdad que todos querían probar uno de cada, pero claro, no había tantos, algunos tomaron la delantera y a otra cosa mariposa. Los higos estaban especiales. Muy rico plato para compartir si vas de a 2. Las castañas fueron observadas como «las raras del plato», pero después de probarlas nos encantaron.

Helado: una bocha de helado. El postre con menos gracia en la historia del postre. Es preferible salir y comprarse un Epa! en el kiosco más cercano. O agarrar la bocha y mezclarla con alguna otro postre.

Como todos estábamos pasados de revoluciones, también pedimos que vayan marchando unos pocillos calentitos. Esas bebidas restauradoras cerebrales que te salvan una noche. Entonces, después de un ratito cayó el mozo con: té de boldo, té de manzanilla y café. Hirviendo es poco. El agua de Cangas del Narcea es especial y por lo tanto hierve a unos 480ºC. Hubo pérdida de masa lingual en un par de comensales y paladares adormecidos por alrededor de 8 minutos.

A nadie se le ocurrió pedir una medialuna para acompañar el café; estábamos exhaustos.

DE UN FINAL A TODO TRAPO Y UNA MADEJA DE SENSACIONES

Mientras la gente empezaba a retirarse del lugar, los folcloristas seguían cantando en una mesa, donde se habían pedido un vinito. Ñata pasó por al lado de nuestra mesa y tuvimos la imperiosa necesidad de pararla para que se saque una foto con nosotros. Por supuesto que aceptó encantada y mientras posaba para las cámaras, dos personas de nuestro equipo estaban atentos a que no se ponga en bolas.

En eso, Osvaldo se acercó a nuestra mesa para preguntarnos cómo lo habíamos pasado y para seguir convidándonos vino en bota (que aceptamos gustosos aunque recién nos habíamos terminado el tecito). Un antigourmet nunca rechaza una invitación.

Nos dijo que no alfojemos, porque ahora venía el champagne y el lemoncello. ¡Mamadera! ¿Esta gente nunca duerme? – pensó en voz alta uno de los comensales. Parece que no, porque al ratito, además de traernos lo prometido se acercó Jorge, el dueño, para ofrecernos algo más: GRAPA!

Casera, casera. La hace él y la tiene en un dispenser arriba de la barra del local. Abrió la canilla y vimos salir el hermoso líquido. Jorge es bien gallego, así que no sirvió un shotcito, nos convidó un vaso entero de grapa que nos costó un montón reducirlo a gotitas; pero lo logramos.

Empezamos la retirada, charlando con todas las personas que trabajan en Cangas del Narcea. Nos tomamos el tiempo para felicitar a todos por el excelente show que arman alrededor de la comida. Y fundamentalmente, felicitamos a Osvaldo que seguía dándole a la bota y diciendo: «y bueno muchachos, no le puedo aflojar, qué laburo de mierda que tengo».

Salimos del salón, pegamos el sticker del huevo frito en la puerta (que nos costó un montón, porque nadie se podía arrodillar) y prometimos volver después de hacernos un bypass gástrico cada uno. Nos marchamos felices, con una sonrisa de oreja a oreja. El deber cumplido y un montón de anécdotas para contar.

Porque no se trata solo del morfi. No nos importa tanto el vocabulario específico, conocer de productos gourmet y vinos, verificar la calidad de servicio, el diseño de un plato o la ambientación del lugar. Para desarrollar el paladar, están los críticos gastronómicos.

A nosotros nos mueven las personas y sus historias de vida, las anécdotas, los barrios y los lugares. La buena atención y la comida como en casa. Conocer, experimentar, recomendar y transmitir. Estos son los valores fundamentales de este Equipo Antigourmet. Ese es nuestro espíritu, y luego de esta noche en Cangas del Narcea, nuestro espíritu se fue a dormir feliz, renovado y tranquilo.

CONCLUSIÓN

Cangas es un lugar increíble. Es caro, pero alguna vez hay que darse el gusto de conocerlo. Nosotros fuimos en Agosto de 2014 y el precio del cubierto era de $280 por cabeza. Incluye todo lo que comimos y lo que nos faltó comer. También ese precio incluye las bebidas no alcohólicas, el cubierto y el show.

Se podrán dar cuenta en la longitud de la historia, que por la cantidad de sensaciones que nos brindó el lugar, el precio es un regalo. Ninguno de nosotros se fue diciendo: «está bueno, pero nos mataron». Todo lo contrario, nos pareció que el precio era más que justo por la atención y el servicio que nos dieron.

Hay que probar. Todo es muy subjetivo en la vida, pero nosotros a Cangas, volvemos seguro.

¡Saludos Antigourmet para todos!