El Antigourmet tiene implícita en su espíritu la idea de Servicio. Ese Servicio tiene dos caras: para los consumidores, quienes a partir de nuestras reseñas pueden conocer nuevos lugares (o redescubrir los ya visitados); y también para los bodegoneros, cantineros, carriteros, fondaderos, pizzeros, parrilleros y demás eros que se les ocurran, dando difusión a sus lugares, y resaltando las virtudes de los mismos.

A partir de ese ideario, la Bestia un día iba caminando por Villa Crespo y pasó por un lugarcito con pinta de bodegón pero que, curiosamente, no solía tener mucha clientela. Y como un antigourmetero está siempre listo (tipo boy scout pero sin las bermudas caquis y la venta de galletitas), Maxi se mandó a charlar con el dueño.

Así fue como conocimos a Walter, quien nos contó que desde hace siete años está a cargo de El Galleguito, que el negocio anda flojo y que está viendo cómo hace para que levante. Ahí nomás coordinamos y le caímos un sábado al mediodía con el equipo para testear y reseñarlo.

Como es nuestra costumbre, nos pusimos a conversar y nos enteramos que el lugar está abierto desde 1977, cuando los dueños eran tres gallegos: Francisco, Gonzalo y Ramón Calvo, que lo tuvieron hasta el 2007. En ese momento lo dejaron en manos de Walter (ojo que el tipo laburó 20 años ahí, antes de convertirse en propietario, así que conoce bien el palo). Él hace todo (cocina, amasa, mantiene la higiene del lugar, todo) menos atender las mesas, que para eso está Víctor, un santiagueño que te tira la posta de lo que tenés que comer.

En cuanto a la ambientación, te encontrás con una colección de memorabilia setentosa: discos colgados en las paredes (con estilos tan variados como Michael Jackson, Cacho Castaña, Los Monos y ¡Las Trillizas de Oro!), fotos y dibujos de tango, televisores antiguos (que no funcionan), un par de boleadoras y dos pósters puestos en paralelo de Diego y Messi. También un moderno Led que transmitía en vivo el Mundial de Básquet, cosa que agradó a los comensales antigourmeteros.

 

Sobre la barra, además de una balanza de almacén que la debe haber puesto ahí uno de los gallegos originales para nunca más moverla, tenés un desfile de botellas de bebidas típicas como Hesperidina, Amargo Obrero, whiskys y aperitivos. A eso súmale una tabla con una muestra de dientes y colmillos de animales salvajes (?) y de yapa, una fuente con una flanera y budinera de latón de esas que usaba la nona para preparar esos postres los domingos de juntada familiar. ¡Un espetáculo!

Otro detalle que nos llamó la atención fue que al lado de la puerta hay una especie de heladera con mostrador. Cuando preguntamos para qué servía, nos dijeron que durante la semana la llenan de platos (tartas, empanadas, pizzas, etc.) y la gente (sobre todo miembros del gremio de los tacheros) pasa y se los llevan para comer mientras laburan. Y además tienen delivery.

Cuando Víctor nos trajo la carta (cuatro o cinco hojas A4 impresas, letra grande, con un folio cada una, atadas a una tabla de madera) notamos que no hay una gran variedad de platos. Es más, hay algunas entradas, minutas, bastante de parrilla, sándwiches, pastas y postres. Y cuando empezamos a indagar sobre algunos, resultó que no había. Pero como buenos antigourmeteros, no le arrugamos y le dijimos a Víctor que nos tire las opciones del día. Al toque nos dijo “les traigo una pizza como para que arranquen” ¿una pizza para arrancar? Y bueno, dale nomás.

ENTRADA

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Pizzetta napo con ajo y albahaca

Pizza a la napolitana con ajo y albahaca: Pizzetta, cuatro porciones, masa bien casera, tostadita, abundante muzza, rodajas de tomate y una especie de pesto de albahaca y ajo arriba que estaba diez puntos. Se imaginan que duró treinta segundos en cada plato de lo buena que estaba. Incluso surgió la pregunta de por qué no se pone una pizzería Walter, con lo buenas que le salen. Con eso ya calentamos un poco los motores (hay que recordar que el equipo llegó diezmado luego de una noche previa también antigourmetera, por lo que éramos la mitad de los que solemos ser).

PRINCIPALES

Decidimos no guiarnos por la carta, sino por las recomendaciones. Es una fija que eso nunca falla. Así que marchamos lo que sigue:

Ravioles de verdura y pollo con salsa mixta: Era una porción voluminosa (ponele 8) de voluminosos ravioles (casi te diría raviolones) con voluminosa salsa. Todo muy mucho. Y la voluminosidad se tradujo al gusto. Mamita, eran un quilombo de sabor. La masa era bien casera (como todo lo que se come en El Galleguito) con un relleno de 2 centímetros de espesor de verdura y pollo acompañados con una salsa que te recordaba la de los fideos con tuco de la vieja. Todos los probamos y a todos nos gustaron. Decisión unánime.

Cappellettis de calabaza y muzzarella con salsa parisiense (o parí cien): Mientras escribimos esta reseña no pudimos dejar de notar que la palabra tiene muchas dobles (doble p, doble l, doble t). Será por eso que la porción que te sirven estos tipos también viene multiplicada por dos. Porque al igual que los ravioles, eran quichicientos cappellettis con un despropósito de cantidad de salsa. Parecían más agnolottis que otra cosa. Y estaban rellenos no sólo de calabaza y muzzarella sino que tenían un poco de ajo como para darle un toque distinto. La salsa tenía un cuarto de pollo cortado en pedacitos, medio kilo de jamón y tres cebollas. Todo bañado en salsa blanca (lo de bechamel no va para el antigourmet). Las porciones son muy abundantes, se pueden compartir si vas con tu mujer. Pero si sos un fiel recorredor de bodegones, vas a andar bien. Pedí tranquilo.

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Catch!!!!

Bife de costilla con papas españolas: Una manteca. Buen tamaño, a punto (no hubo ni que aclararlo, salió así nomás). Difícil encontrar esa calidad de carne en lugares donde te cobran el triple. Creemos saber por qué. Resulta que mientras estábamos esperando que llegara uno de los ingredientes del grupo, apareció por la puerta un tipo con algo cargado al hombro. Primero pensamos que era el hombre de la bolsa, pero lo que traía en la bolsa era una media res que llevó hasta la cocina del fondo donde la agarró Walter y armó una pelea de catch. Rememorando los combates del Ancho Peuchele contra la Momia Blanca, se trenzaron en una batalla sin cuartel. Hasta que Walter tiró la Doble Nelson y obligó a la media res a golpear el piso tres veces en señal de abandono. Victoria para la cocina y para nosotros, porque de ahí feteó el bife que terminó arriba del plato. Se notaba que las papas estaban recién hechas, fritas, crujientes, de buen tamaño y cantidad.

POSTRES

Llegado a este punto, obviamente nos tentamos con lo que estaba plácidamente descansando sobre la barra. Resultó que estaba ahí porque hacía un ratito que Walter los había sacado del horno y estaba esperando que se enfríen naturalmente antes de mandarlos a la heladera. Parece ser que así se mantiene mejor el sabor. Cosa e’ brujos.

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El dúo dinámico

Flan Casero y Budín de Pan, ambos con Dulce de Leche: Se nota que el tipo sabe cocinar postres. Ojo que las opciones en la carta son estas (con o sin dulce) y un queso y dulce que lamentablemente brilló por su ausencia. Más allá de eso, eran esponjosos de importantes porciones (sobre todo el budín de pan, que era casi un ladrillo). Según uno de los antigourmeteros, este último era merecedor de un diez (“no está ni un poquito quemado” fue su justificativo). Al flan le faltaba un poco de caramelo arriba (el propio Víctor lo reconoció) pero eso no le quitaba méritos porque a todos nos gustó.

 

CONCLUSIÓN

La verdad que no entendemos mucho por qué El Galleguito no está siempre lleno. Se come bien, los precios son más que accesibles y la atención es buena. Quizás se deba a desconocimiento del público o que desde afuera no nos dice demasiado. Pero como siempre decimos, no hay que dejarse llevar por las apariencias y aventurarse a probar estos lugares. Es muy probable que te sorprendan. Hágannos caso y dense una vuelta por El Galleguito. Vale la pena.