Las luminarias de las calles son de 1832, eso nos pareció algo maravilloso, porque siempre decimos que antes las cosas se hacían mejor. Pero ese dato es lo de menos, cuando lees en la puerta de entrada que Casa Alberto está abierto desde 1827.

Esta taberna, de fachada roja, es uno de los íconos bodegoneros de Madrid y nos pareció un lindo inicio para nuestra aventura gastronómica. Está desde 1827, una locuuuuuura!

Sencillo de reconocer por su decoración taurina, sirve tapas y platos típicos madrileños, vermú y cerveza de grifo.

El cartel dice “AFORO: 70 PERSONAS”. Pero esas son las que están sentadas. En la barra hay otras 70, todas meta caña, vermú y dándole duro al diente (y por supuesto, a la lengua).

Herman (se pronuncia Yerman), un mozo fenomenal que nos tocó en suerte, empezó a despacharnos morifi y chupi sin interrupciones.

Cada plato que traía era seguido por un:

Dale, dale, dale, dale, dale! (a los gritos)

Ese gesto hizo emocionar a Facundo, que utiliza permanentemente esa frase cuando nos ve dudar al momento de pedir un plato extra. Llorosos los ojos le quedaron.

Comimos: Bocadillos del cocinero, Bocatines de calamar, Alitas de pollo, Pinchos de bacalao, Bacalao frito y un gran golazo: los Huevos cervantinos. Que vienen con jamón crudo, pimentón, aceite de oliva, 2 huevos fritos a sartén y papas.

Cerramos con un postre: brownie de morcilla y queso de cabra.

Ya estábamos pipones y levantando campamento, pero nos pusimos a hablar con Herman un ratito y ahí mismo arrancó la investigación Antigourmetera.

Vos, cuando vas a comer, a dónde vas?

Esta pregunta es crucial. Porque el tipo no te va a decir nunca que va a un lugar turístico, sino que te va a mandar a donde está la esencia antigourmetera. Así fue como nos hicimos de unos cuantos lugares, entre los cuales surgió “El Gato”. Así es como nos gusta conocer ciudades.