INTRO

Las reseñas del Anti son siempre en equipo.

Pero en esta oportunidad, y para entender las vueltas de la vida, voy a contar de dónde viene la recomendación de La Tarzán de Castelar.

PARA UN VIAJE SOLO SE NECESITAN PASAJEROS

El 7 de abril de 2013 conocí Machu Picchu. Le tenía ganas al viaje desde hacía unos cuantos años y al fin lo pude hacer. Recién estaba comenzando el Antigourmet y su blog de reseñas.

El viaje arrancó en Buenos Aires. Fui en avión hasta Salta y desde allí… todo por tierra y algo de agua hasta Cusco.

El norte argentino es de los lugares más increíbles de nuestro país, pero fue Bolivia quien me sorprendió gratamente a cada minuto.

Lugares como el salar de Uyuni donde uno no sabe si está en la Tierra o en el cielo. La mina del Cerro Rico en Potosí donde compré dinamita en un kiosco y me agarré flor de pedo con 3 mineros. La ciudad de Copacabana con el Lago Titicaca, y la Isla del Sol, donde conocí la estrategia del “piquete boliviano”. Las más de 20 hs. en el FCA (el tren trans-boliviano) desde Oruro a Villazón, asombrado mirando por la ventana un paisaje alucinante detrás de otro (incluida una laguna con miles de flamencos rosas a 3000 metros de altura).

¿Flamencos en Bolivia? Sí. Bolivia tiene de todo.

Es verdad, le han sacado mucho (en la Casa de la Moneda de Potosí se pueden ver muebles, puertas, sillas, arañas y mesas 100% de plata; y ni hablar de la cantidad de barcos llenos de plata pura que zarparon para España). Pero de todos modos sigue siendo un país riquísimo, con paisajes únicos y un potencial turístico impresionante.

El paso por Bolivia me marcó a fuego, fueron 15 días de vivencias y me traje muchísimas enseñanzas.

Pero todavía faltaba Perú. Hasta Machu Picchu podés ir de 2 formas (o al menos son las que conozco): El Camino del Inca o en tren. Yo elegí El Camino del Inca, porque además ya venía caminando hacía como 20 días, así que estaba amigado con la altura, el cansancio y todo lo demás.

La agencia de turismo que organizó el itinerario del Camino del Inca había establecido un punto de encuentro a las 6 am. Cuando llegué, había unas 20 personas esperando para arrancar el camino y cuando tuvimos que presentarnos… ¡Todos argentinos!

Los 3 días caminando por la montaña fueron de las experiencias más lindas de mi vida. No sólo por el lugar, los paisajes, la flora y la fauna, el esfuerzo, las construcciones incas que hay por todo el trayecto, las historias, los chasquis, dormir en la montaña y miles de cosas más… sino que también fue una experiencia inolvidable por las personas que conocí.

Siempre pasa que en los viajes grupales se arma un lindo grupete. La frase típica argentina “que no se corte” trata de mantener los deseos de volver a encontrarse en otro momento de la vida; pero normalmente no sucede. A las pocas semanas cada uno retomó su camino y no te volvés a ver nunca más con esos compañeros de ruta ocasionales.

Pero eso, no fue lo que pasó en esta historia.

En este viaje conocí a Gise, Gerva, el Tano Taibi, Lau, Mati Badano, Gusti, Mai, Tomás, Martín, Floriane Hrafnsdóttir, la pequeña Dani con su gorrito de oso fulltime en la cabeza, a su mamá Carolina que era una verdadera eminencia en la montaña y a un tipo que se ha convertido en un verdadero amigo: Alito.

La cuestión es que ya pasaron 7 años de aquel viaje.Y por una cosa o la otra, con muchos nos volvimos a encontrar en distintos momentos.

El Antigourmet pasó de ser un blog donde me sacaba las ganas de escribir un ratito a ser un proyecto de vida que lo hacemos entre amigos y me llena el alma de felicidad.

¡Alito era el inquilino anterior de La Esquina! Y fue el que me dijo: cuando me vaya de este lugar, tienen que poner el Antigourmet. Hoy, la esquina cumple 2 años, Alito vive en Atlanta, pero es como si todos los días, al entrar al local, pudiese sentir que el tipo está presente.

Por La Esquina del Antigourmet ya pasaron: Alito, Gise, Mati, Mai, el Tano, Lau, Gerva y Gusti (que vino por unos días de visita a Argentina y pasó a saludar).
Me encanta verlos disfrutar, cagarse de risa, recordar anécdotas del viaje y por supuesto… servirles una milanga que sirva de excusa para volver a juntarnos.
Siete años después, cada dos por tres nos cruzamos y, a través de las redes (a veces más, a veces menos), seguimos estando conectados.

Y así fue como llegó la recomendación que originó esta reseña. Gise (bióloga entrañable) pasó hace 18 meses por el bar, agarró el cuaderno-araña amarillo que contiene todas las recomendaciones de los visitantes y escribió:

“Vayan al oeste, porque en el oeste está el agite y La Tarzán.”

Las cosas suelen tomarse su tiempo. Y está bien que así sucedan. Hay que aprender a ser pacientes, menos ansiosos, a darle tiempo al tiempo.
Hoy, después de 7 años de aquel viaje, después de conocer a personas increíbles, después de 2 años de abrir La Esquina del Anti, después de 18 meses de la recomendación y después de un millón de cosas… llegaron las ganas de escribir la reseña de La Tarzán de Castelar.

Y va dedicada, como no podía ser de otra manera, a mis compañeros del Camino del Inca.

Pasen y lean, con ustedes, La Tarzán.

BODEGONEROS Y BODEGONERAS… ¡A LA CANCHA!

Si vas en tren, la llegada al lugar es espectacular.

Salís del túnel de la estación y a medida que vas subiendo los escalones se te va presentando La Tarzán en todo su esplendor. Para un bodegonero panzón, es el equivalente a ser el Muñeco Gallardo y salir a dirigir en el Monumental.

Nota del reseñador: reemplace mentalmente DT y estadio por el equipo de sus amores.

Durante el carnaval la experiencia es aún más linda, porque el barrio está decorado en sintonía con los festejos. Banderines por todo Castelar y luces de colores que iluminan la fachada. Un foco verde, un foco naranja, un foco amarillo, un foco blanco. Todo el barrio está en la calle, los vecinos se apropian de los espacios públicos y hay una sensación de alegría insoslayable.

UNA ESQUINA, UN EMBLEMA, UNA INSTITUCIÓN

La Tarzán tiene mesas en la calle, así que según el último censo, el 100% de los habitantes de Castellar tienen agite y han pasado alguna vez por la veredita de La Tarzán a tomarse una fresca. Datos que suman.

También tenés lugar adentro, donde el espacio-tiempo se va al carajo y te sentís en 1960.

La Tarzán en pleno carnaval

Tango de fondo (no hay muchos lugares que mantengan esto a rajatabla). Mesitas de bar que se mueven todo el tiempo para que los comensales estén cómodos. Ventiladores marca ACME que te despeinan completamente haciendo más tolerable el verano. Tecnología bodegonera de punta decora las instalaciones: teléfonos a disco, cámaras a rollo, radios Spika, televisores de tubo y máquinas de escribir del tiempo del ñaupa.

Datito: Ñaupa en Quechua quiere decir viejo, antiguo, ancestral.

Un montón de cuadros y fotos decoran las paredes contando historias. Te ponés a chusmear y automáticamente te generan temas de conversación: las estaciones, el fútbol, los humoristas argentinos, el tango. Al fondo, también se puede ver una jaula (no me animé a preguntar).

También hay botellas que tiene varios siglos encima. La etiqueta del licor de miel Mariposa es una de las que más se distinguen. Pero también hay viejos envases de Cynar y Campari, de cuando el Cynar era Cynar y el Campari no se vendía bajo el slogan “tomarlo con moderación y estilo.”

El caso de Campari es muy particular, porque es una marca que todo el tiempo quiere entrar en algún informe de la JUIRA.

Viven gastando guita en publicidades de vía pública que dicen cosas como:

¡Aguantáaaaaaaa influencer! Te estás tomando un trago, no sos Einstein.

Ponele que si esto lo dice Salvador Dalí te digo que puede andar. Pero daaaaaale, amo de la vanguardia.

Bue… hablando de inclusión, vamos a hacerle bullying y decirle mediocres a todos lo que no toman tu bebida (o no pueden comprarla).

Por ahí se pueden juntar con los pibes de Brahma Lime y hacen una pijamada.

Te quiero ver en el interior de nuestro amado país diciendo:

Hola, chamigo barbudo parecido al fiscal de Billions, ¿me darías un cocktail?

En fin… el marketing es el marketing. Y cuando está vacío de valores e ideas claras es bastante contraproducente para las marcas. Pero además, según Wikipedia…

Un cóctel es una preparación a base de una mezcla de diferentes bebidas, que contiene por lo general dos o más tipos de bebidas, aunque algunas de ellas pueden ser bebidas no alcohólicas, a base de ingredientes como jugos, frutas, miel, leche, crema, especias, etc.

¡O sea… en Argentina… eso es un trago campeón!

Pero bueno, allá Campari y su retórica etílica-elitista.

Por suerte, todos estos engaños publicitarios no funcionan en el cerebro bodegonero y al toque encontramos clavado en la pared el “Escudo Tarzán” y un estandarte con la inscripción “Bodegón del oeste”.

Milagrosamente, toda la gente está charlando.

Este reseñador cronometró 17 minutos donde absolutamente nadie miró el celular. Un record Guiness que Guiness debería incluir en su libro Guiness.
Así que cuando vemos este tipo de señales, claramente nos relajamos porque estamos en el lugar adecuado para un Antigourmet. ¡A jugar!

UNA CARTA A SIMPLE VISTA

La carta está acá

La Tarzán es el lugar ideal en zona oeste para el Dr. Pait. El tipo pregona que:

“Si un plato está en el pizarrón, no falla.”

Y fundamenta su teoría en que nadie se arriesgaría a poner un plato medio pelo a la vista de todos los comensales.

Bueno, La Tarzán lleva este enunciado a un nuevo nivel, porque la carta está directamente en los pizarrones. Completa. No hace falta que la pidas, solamente es cuestión de leer las letras de tiza y elegir lo que a uno más lo tiente.

Podés leer cosas como: Pollo al disco. Cazuela de calamar. Estofado. Malfatti (en algunos lugares, conocidos como “ñoquis mal hechos”). Puchero (que tiene chorizo, pollo, falda, acelga, papas y garbanzos). Y el insoslayable Plato del Día.

Tener la carta a simple vista es un gran recurso bodegonero. En los más de 300 lugares que llevamos recorridos lo hemos encontrado en varios. En este momento se me viene a la cabeza Los Orientales y nuestro querido Bodegón Norte, que llevó la idea a otro nivel porque tiene todos los platos… escritos en platos.

Pedimos pollo al disco con papas, carne al horno y mayonesa de ave. Son platos abundantes, para compartir y con un precio muy razonable. La OLISSS lo ubicó dentro de la categoría “¡Vamos a comer afuera, vieja!”

Carne al horno. Mirá ese caracúuuuuu!

Cuando el mozo puso los platos arriba de la mesa, nos pusimos a sacar fotos y un comensal vecino nos dijo con cara de pocos amigos: “Menos foto y más comer”. Respeto. Pero también hay que entender que nuestro laburo es difundir estos lugares y cómo carajo querés que lo hagaaaaaaa! 🙂

Mientras estábamos entrándole al morfi, empezamos a notar movimiento en el salón. Un mozo empezó a mover algunas mesas, a sacar algunas sillas y de repente apareció un parlante grandote.

Y acá viene otra de las cosas que hace de este lugar una leyenda viviente.

APUESTA A LO CULTURAL

Un tipo que estaba a tres mesas de distancia nuestra se paró y enfiló para un cuartito de La Tarzán. Era el profe de tango.

El profesor puso el parlante arriba de 4 cajones de gaseosa, lo enchufó a la corriente y al equipito de música chiquito que tenía en una mochila. Sacó un CD, sí, un CD. Lo puso y arrancó a sonar un repertorio tanguero instrumental. Dejó todo acomodado y se volvió a sentar en la mesa. Se clavó 3 empanadas a lo Brandoni, un vasito de vino y se quedó esperando tranquilamente que la gente se acercara.

Calentando motores para la milonga

Aproveché el momento para cruzarme de mesa, saludarlo y que me cuente un poco cómo era la actividad.

– Mirá, son clases de tango a la gorra. O mejor dicho, a la copa, porque no tengo gorra. Todos los miércoles podés venir a aprender y a veces hacemos otros ciclos. Por ejemplo, hay uno que se llama “Pintó el tango”, donde hacemos algo en vivo entre músicos y artistas plásticos.

– Genial. Yo nunca bailé ¿puedo intentar hoy?

Y así fue como hice mis primeros pasos de tango. Después de un ratito me di cuenta de que lo mío es el papel y el lápiz. Mamita querida, qué hermoso y complicado es el tango.

Tres chicas, que por supuesto la tenían 10 veces más clara que yo, se pararon para la clase. Se sumó un pibe de 25 años y un señor de 70. Otra muestra de que los bodegones son para todas las edades. El ambiente es totalmente informal y descontracturado. Unos bailan, otros comen, otros toman y todos charlan. El lugar aporta la mística y el sentido de pertenencia se genera casi de forma instantánea.

En La Tarzán no sólo hay tango y pintura, sino que se apuesta fuerte a la cultura.

Hay muestras fotográficas (nosotros vimos una llamada “Estaciones de mi país”).

Artistas como León Gieco, Iván Noble y los pibes de Ella es tan cargosa son vecinos y suelen andar por la zona.

Incluso, la Bersuit hizo un video en La Tarzán para su tema Obstinato

Pero la cultura no termina acá, porque el segundo sábado de cada mes hay una peña folclórica.

Todos los pibes que arrancan con su banda en algún momento pasan por acá. “Yo toqué en La Tarzán” es un hecho que puede encontrarse en los Curriculum Vitae de muchos músicos del oeste.

Como te imaginarás, este bodegón es un gran lugar para conocer gente. Para unos locos de las historias de vida como nosotros, es un oasis. Cada comensal tiene algo para contar. Si vas solo, te quedás sentado tomando un vinito y prestás atención a tu alrededor: es imposible aburrirte.

Entonces la pregunta es… ¿Cómo se logra esta mística? ¿Cómo se construye un lugar con una identidad tan fuerte? ¿Qué lo hace tan especial?
Bueno, para eso… hay que ir a las fuentes. Así que nos sentamos un ratito con su dueño.

70 AÑOS EN FAMILIA

La estación de Castelar fue inaugurada en 1913. De a poco se fue poblando la zona y en 1948, el tano Mario Borio abre un restaurante (que en esa época también contaba con la posibilidad de alojamiento), justo frente a la salida de la estación.

Lo llamó “El Pozo del Poeta” y era el clásico bar que apareció en cada estación del país.

Cuenta la leyenda que en El Pozo se tomaba mucho café. Y que la marca del café era Tarzán. Los comensales lo utilizaban tanto que el bar fue rebautizado: El Tarzán. Y quedó así hasta la década del 90, donde se cambió el artículo para quedar con el nombre actual: La Tarzán.

La Tarzán siempre fue una empresa familiar. Hoy los Corvi, sobrinos nietos del fundador, están al frente. Así que el lugar tiene más de 70 años con la misma receta: comida de bodegón, apuesta a la cultura y compromiso familiar.

Carlos Corvi y su esposa Simona mantienen el legado de la familia con su dedicación al frente del local. Carlos es, como no podía ser de otra manera, todo un personaje. Emprendedor de la vida. De adolescente renegó del “compromiso familiar con La Tarzán” y decidió buscar su propio rumbo. Se fue a Italia donde vivió 4 años y ahí se sucedieron un montón de “casis”.

Casi se pone un restaurante, casi se va de misionero a África, casi, casi, casi. Pero siempre fue un casi. Un día, su mujer queda embarazada y pegan la vuelta.

Cuando entra a La Tarzán, entiende que ese es su lugar en el mundo y lo que significaba el compromiso familiar. Desde ese día, hace más de 15 años, asumió el desafío de mantener viva la mística de La Tarzán y heredó la posta de Emilio Corvi.

Nos quedamos hasta el cierre. Todos los días. Mantenemos la comida de olla que nos enseñaron. En invierno hay puchero, lentejas, mondongo, polenta y guiso. Seguimos apostando a La Tarzán como una especie de centro cultural del oeste. La juventud viene, porque alguna vez un abuelo trajo a su nieto, y eso pasa de generación en generación. Ese es nuestro orgullo.

Y nosotros, mientras escuchamos todas sus anécdotas, nos seguimos convenciendo de que cuando un bodegón está atendido por sus dueños con pasión: es imposible que falle.

Es un placer enorme encontrar este tipo de lugares en nuestra ruta y es parte de nuestro compromiso seguir haciendo el boca en boca para que no desaparezcan. Porque la Gastronomía Argentina (y todos sus firuletes) vive en lugares como La Tarzán.

CONCLUSIÓN

Mientras nos clavábamos un flan (con dulce de leche y cerezas) y lo acompañábamos con un vinito con la etiqueta de “Felices 70 años” del lugar, nos pusimos a leer algo sobre Emilio Corvi. Emilio mantuvo la esencia desde atrás del mostrador durante muchísimos años. Era un tipo muy querido por todos en el barrio (falleció en 2018) y en una nota dijo lo siguiente:

«La Tarzán perdura por la mística. La familia va, viene, nos peleamos, pero seguimos con el bar. Yo creo que el boliche es Castelar. Amo Castelar, está mal que lo diga yo, pero Tarzán es Castelar; tiene la personalidad de la familia y del barrio, es la bohemia nostálgica.”

Y es así nomás la cosa.

Y la pregunta es… ¿Quién te gusta que te reciba y atienda cuando vas a la barra de un bar?

Y sí, para nosotros, los que amamos el bodegón y sus historias: no hay ninguna duda.

Puede haber altos y bajos. Puede haber problemas y momentos felices. La gastronomía es así todo el tiempo. Casi a diario, uno se encuentra con algún palo en la rueda. Por eso, cuando encontramos un bodegón de este tipo, con más de 70 años manteniendo los valores, nos agarran unas ganas locas de valorarlo, honrarlo y difundirlo.

Siempre se recuerdan las primeras veces.

El primer beso.

El primer desamor.

El primer fracaso (y los miles que le siguieron).

El primer éxito.

En mi caso, voy a poder decir que mi primer tango, lo bailé en La Tarzán.

Gracias, Castelar, por tantos lindos momentos. Nos vemos en la próxima reseña.

¡Salud!

ANEXO: LETRA DE OBSTINATO POR LA BERSUIT

Están todos, no ves?
Los que tienen que estar
Los que quedan ahí
Los que van mas allá.
Estamos los de siempre,
Los que llegan temprano,
Los que se fueron antes
Y no volverán.
Están todos, sabés,
Los que tienen que estar
Los que son de raíz,
Los que nunca serán.
Los que van por las ramas,
Los que no tienen tierra,
Los que viven huyendo,
No pueden anclar
Los que no tienen alma,
Ni sangre ni hogar.
Insistí, conseguí,
Mi pasaje al error
Repetir puede ser
Peligroso trajín.
Si no hay correcciones,
Revisión en el rumbo,
Percibí claramente
Que nunca aprendí
Voy con los obstinados
Y siempre repetí.
Y seguimos atrapados
Entre el cielo y la tierra
como tontas marionetas
que dejan caminar.
Y seguimos empacados
repitiendo la secuencia
quizás sea arte o ciencia
O una terca obsesión
O una terca obsesión
O una terca obsesión.
Y seguimos atrapados
Entre el cielo y la tierra
Y seguimos empacados
repitiendo la secuencia
Están todos, no ves?