SÁBADOS DE PAELLA.

Hace cuatro años que me mudé a unas cuadras de Plaza España, en La Plata. Y sin embargo por una cosa o por otra, nunca había coincidido con «Los sábados de paella» de la pescadería que está a la vuelta de mi casa.

Pero eso cambió el último viernes cuando pasé por casualidad con el micro y el cartel de la puerta esgrimía un tentador:

«Mañana: Paella, reserve su porción.»

No dudé y me aseguré el almuerzo del día siguiente.

Hacía rato que no esperaba algo tan ansiosa, el sábado llegada la hora, al fin me tocaba reunirme con el anhelado tesoro: un kilo de paella que estaba calentita y lista para probar. El señor que me atendió, me pidió que si tenía tiempo y ganas, que le diga que tal me había parecido.

Estando en casa, ya era la hora de la verdad, el perfume anticipaba con bombos y platillos la fiesta que iba a ser ese plato.

Platito paellero de sábado

El primer bocado, un montoncito de arroz y calamar, se ganó mi corazón. El calamar estaba súper tierno, todos sabemos que ese es un punto difícil para mucha gente y lo tristemente habitual, suele ser encontrar ruedas de goma perdidas entre todo lo demás. El arroz: PERFECTO. No había granos crudos, y tampoco estaba hecho un pegote, la cocción fue cronometrada, no hubo fallas.

En cada uno de los bocados que se sucedieron, encontré por lo menos un marisco (a veces dos), me puse extremadamente chocha de la vida al no encontrar pollo engordando la porción, y que no fuera solo arroz «maquillado con cositas por encima» (a quien no le ha pasado eso de ilusionarse con la pinta de algo y que a la hora de los bifes encontrarse con que solo había tres mejillones y cuatro camaroncitos bebés?).

Agradezco a Miguel que no escatimara en nada y que además de todo lo bueno que menciono, la mano que tiene para condimentar es sencillamente GENIAL.

Miguel, más conocido en el barrio como «el que no pijotea bichos».

Costó terminar el plato. Medio kilo de paella para cada uno fue una porción por demás correcta, pero restaba un cuarto del plato, cuando me animaba a darle la última estocada, respiré profundo para acomodar lo que ya me había lastrado, en mi mente sonaba «Bruce, Bruce, Bruce!» y le di la extrema unción al poquito que me faltaba. Claro está que quedé lista para una siesta y que no comí postre porque tenía el pupo para afuera.

Con una sonrisa de oreja a oreja por el descubrimiento y con el corazón contento de que el señor de la pescadería no me había fallado, le mande mi agradecimiento por WhatsApp.

Del otro lado, un emocionado Miguel me contaba lo contento que lo ponía recibir tantos halagos y que hace las cosas con mucho esmero. Eso, en mi caso ya lo sabía. Porque nadie que haga cosas sin cariño puede lograr todo lo que les cuento.

Si están en La Plata, los sábados al mediodía de 11:30 a 13 horas, Miguel y su gente los esperan para que saquen sus propias conclusiones.

Pescadería Piscis, calle 7 entre 68 y 69, La Plata.