Apenas entramos nos topamos con unos viejos jugando al Tuté (o eso parecía). Quisimos sacarles una foto y nos cagaron a pedos. Joder, tío, basta de gilipolleces.

El mesón es hasta el momento lo más parecido que encontramos a una parrilla de Buenos Aires. Tanto por la fisonomía del lugar y el ambiente familiar, como por lo que sirven: churrasco.

El salón es amplio, con mesas de madera y mantel de papel. Estaba lleno y la mayoría de los comensales comía carne con ensaladas mixtas.

Como ya habíamos comido las tortillas, acá nos moderamos un poco y solamente marchamos:

– Pulpo (sí, otra vez, hemos decidido que vamos a comer todo el pulpo que podamos porque es una verdadera maravilla).

– Churrasco con ensalada de lechuga y cebolla

– Langostinos a la plancha

Como nos ha pasado en prácticamente todos los lugares que visitamos, la comida no defrauda. Se come bárbaro en Santiago cuando te alejás un poquito de los centros urbanos. Buenas raciones, a buen precio, con productos frescos y platos típicos muy sabrosos.

Liquidamos estos platos y encaramos unos postrecillos.

Qué tiene la Delicia Celta? – le preguntó Facu a la moza.

No tengo idea tío – fue su contundente respuesta.

Ante semejante falta de información, no tuvimos otra alternativa que pedirla. Porque si algo destaca a este equipo, es su poco miedo a tirarse de cabeza en una pileta sin agua.

Estaba muy rica, y como para demostrar las pelotas que tenemos, además le pedimos a la moza un Patalín (ese helado que comíamos en nuestra infancia, con forma de pata, todo de crema y con sabor a frutilla). Estaba en la heladera desde 1994 y el dueño nos miraba, asombrado de que alguien lo haya pedido.

Nos fuimos rotos, pero dando una cátedra de morfi.

Este día será complicado de superar.