CHORROS ERAN LOS DE ANTES.
El Parque Las Heras es uno de los parques públicos más lindos de Buenos Aires. Tenés lugar para tirarte en el pasto, jugar un partidito en las canchitas de fútbol de Marangoni, pedirle prestada una bici amarilla al gobierno, ir a la escuela si tenés una edad acorde, o incluso, confesarte en la parroquia Nuestra Señora de Loreto (esto le vendría bien a JP que últimamente anduvo pecando sin parar en varios lugares gourmets).
Pero… todo esto es bastante nuevo, porque hasta 1962 este predio era la Penintenciaría Nacional. Sí, señor. Sí, señora. Así como te la contamos. Acá había una flor de cárcel, llena hasta la manija de presos. La zona era conocida por ser bastante brava y había muchos robos. Es más, si alguno tiene ganas de ver cómo era el presidio, sáquense un pasaje a Usuhaia (de esos baratitos que ofrece ahora Aerolíneas) y dénse una vuelta por la de allá. Son un calco una de la otra (parece que no había demasiada creatividad a la hora de diseñar cárceles en la época).
Pero todo fue cambiando paulatinamente hasta llegar al día de hoy, donde tenés: el Alto Palermo, el Cinemark, un montón de torres carísimas, clínicas económicamente ásperas, mucho Spa Urbano (?), mucho Crossfit (??), mucho Mindfullness (???) y por supuesto, una proliferación de lugares «gourmets» que te destrozan la billetera.
Ahora que lo pensamos, no parece haber cambiado mucho la zona y te siguen robando como loco, con la diferencia que ahora te dan un ticket.
En el equipo Antigourmet se llegó a barajar la hipótesis de que la cárcel no haya sido demolida, sino que los mismos presos la levantaron y la trasladaron a un barrio menos careta, porque ya no podían ni siquiera mandar a comprar puchos de lo caro que se había puesto todo. Ojo al piojo, habría que investigarlo.
Ahora que ya estamos orientados espacial, temporal y parquizacionalmente… hablemos de morfi.
ÑA TE LA PUEDO CREER.
En esta zona de Palermo, encontrar un lugar para comer como nos gusta, a veces se complejiza un toque. Por suerte la OLISSS* sigue investigando sin descanso y nos trae hallazgos milagrosos constantemente. En este caso, justo frente al parque. ¡Increíble locación metimos!
Las Heras 3357, entre Bulnes y Ruggieri, ahí se encuentra la Pulpería Ña Serapia. Si pasás rápido por la puerta no la ves, porque tenés que tomarte tu tiempo y entrenar el ojo para detectarla. Tiene un cartel maravilloso, pero le faltaría un chorro de hidrolavadora para terminar de leerlo.
Estratégicamente hablando, Ña Serapia junto con el Club Alvear (a la vuelta) forman un tándem implacable. Si te considerás un antigourmetero deberías alguna vez en tu vida pasar por estos dos lugares y una vez al año hacer una peregrinación. Simplemente para darles las gracias por resistir el paso del tiempo. Hace 51 años que la pulpería funciona y nunca cambió de fórmula. Comida del norte de nuestro país. Simple, rica, bien condimentada y caliente como negra en baile. Vamos pa’ dentro.
UN SALÓN MARAVILLOSO Y LLENO DE ANTI-DETALLES.
Imaginate que estás en la vereda y vas a abrir la puerta. Bueno, tené cuidado con la primer mesa porque podemos sacarle la oreja o generarle un desprendimiento de masa encefálica a alguna señora mayor con el picaporte.
El salón es finito como un garage y largo como tres Cupé Fuego. El espacio aéreo está ocupado en un 75% por un ventilador gigante que tiene las 3 aspas distintas. Nosotros dudamos si alguna vez lo encienden por las siguientes razones:
- Si lo ponen fuerte, generaría un tornado en pleno Palermo y eso no está bueno.
- Si lo ponen a la mitad, volaría toda la ropa tendida de los vecinos en varias cuadras a la redonda.
- Si lo ponen bajito, enfriaría todos los platos en 3 segundos y un locro frío no va.
El otro 25% del techo, está destinado para 2 arañas hermosas y como el lugar es mini, aparecen las superficies alternativas. Por ejemplo, arriba de la heladera hay una caja, sobre la caja hay una bolsa de consorcio, sobre la bolsa hay una lata de masitas y sobre la lata un rollo de cocina. Las estanterías se utilizan para todo. Podés encontrar botellas viejas, cuadros campestres, cajas con insumos y posiblemente un comensal sentado que no encontró silla.
Cuando llegás al fondo, te chocás con la barra y a tu derecha, aparece una de las maravillas modernas de la sanidad mundial: el alcohol en gel invisible.
Nosotros jamás habíamos visto un lugar que tuviese este sistema de lavado de manos. Estábamos en Disney. Obviamente que nos paramos para ponernos un poquito y ver qué se sentía, pero de la misma manera que no se ve, tampoco se siente, ni se huele. Increíble lo que inventan estos japoneses.
Si girás la cabeza para el otro lado, hay un pizarrón, de esos que tienen letras blancas para armar palabras. Anuncia los precios de una forma maravillosa.
Nos sentamos en la mesita de ahí. La que está pegadita a la barra y sintiéndonos como en casa, empezamos a chusmear la carta para ver qué pedir. En ese preciso instante nos dimos cuenta que estábamos en un lugar que la tiene clara. Porque en el servilletero, había servilletas. Hasta acá podés decir… estos pibes son unos giles. Pero las servilletas tenían el logo de la Heladería Grido. Superlativo. Distinto. Contundente.
Así empezamos la noche. Sentate tranqui que sobra una silla y te seguimos contando.
ENTRADA
Ese viernes fuimos solamente 3, porque el día en que salimos con equipo completo es el miércoles.
Veníamos del programa de radio, así que estábamos muertos de hambre. Estar de 20 a 22 hablando de comida hace que se te abra el apetito de una forma espeluznante. Por suerte había una linda panera en la mesa (que fue rellenada en dos oportunidades sin ningún drama a lo largo de la velada).
Para calmarnos, decidimos pedir una cardúmen de empanadas de carne y llamamos al mozo, que resultó ser el dueño.
Ya se las marcho, ¿les traigo un picantito aparte que hacemos caserito? – nos dijo el tipo.
Y acá demostramos de qué estamos hechos. Porque ante esta pregunta, un Antigourmet jamás muestra señal de debilidad.
Uno sabe que después la pasa mal, pero acá es donde se ven los pingos. Te podés prender fuego y clavarte un sifonazo sublingual. Te podés inmolar el cerebelo con un ají putaparió. Te podés ridiculizar ante toda tu familia tratando de volver a tener sensibilidad en los labios. Pero nunca decimos que no al picante. Ni en pedo.
Traelo nomás, a ver cómoé. – porque además te mimetizás con el lugar, se te pega la tonada salteña y le metés doble acento como loco.
Cuando llega la empanada, el lugar te termina de enamorar. Porque viene en un platito de hojalata, chiquitito, todo ondulado y bien casqueado a palos de tanto uso. Lo mirás fijo un par de segundos y se desvanece el loco de lo finito que es; parece un plato de masa filo.
Arriba del bello adminículo de cocina, viene ella: la empanada de carne. Rellena con cebollita frita, pimentón, sal, pimienta, ají y hechizos varios. Llega a la mesa a unos 180º Farenheit y contrariamente a lo que se piensa… más pasa el tiempo, más caliente se pone. Riquísima. Y cuando la mordés chorrea como loca, por eso es fundamental tener el pingüino en la otra mano.
Nosotros pedimos un Domingo Hermanos que viene en damajuana (el mismo que tiene Gonzalo en el Perón Perón). El blanco es riquísimo y el tinto un poco menos. Pero como la empanada te prende fuego la lengua, la verdad es lo mismo si te tomás un vino o un litro de líquido para frenos.
La compotera que te traen con «el picantito» va como trompada. Incluso, después de haber terminado la empanada, un par de los integrantes del equipo poncharon el pancito directamente. Eso es tener los huevofritos bien puestos.
Mientras seguíamos destruyendo las empanadas y eligiendo los platos principales, le pedimos a Héctor que cuando tuviese un ratito nos contara un poquito de su historia. Y ahí nomás se nos sentó en la mesa.
MEDIO SIGLO DE HISTORIAS Y UN MODELO FOTOGRÁFICO.
Ña Serapia abrió sus puertas hace 51 años. Justamente, unos 24 meses después de la demolición de la Penitenciaría. La dueña original se llamaba Marta y como todos nosotros, nació de una mamá. Esa señora se apellidaba Serapia y en su honor, se fundó Doña Serapia (con su apócope). Una historia similar a la de Copperfield Pérez y su querido Mi Consuelo.
Una década después de abrir sus puertas, Héctor Yepez llegó desde Tartagal. Marta contrató a este salteño como bachero y así fue aprendiendo todos los truquillos del negocio gastronómico. Pasó por la cocina, se encargó del salón y de los proveedores.
Pero llego el día donde Marta se cansó. Ya no quería seguir trabajando en el local y le agarraron ganas de cerrarlo. Todos los empleados estaban preocupados por la decisión de la dueña, pero por suerte hay personas buenas en el mundo. ¿Por qué? Porque Marta le permitió a sus empleados mantener el local pagando un alquiler. Seguramente podría haber vendido todo para que hagan otra torre; pero no lo hizo.
Y así fue como Héctor, Carlos, Nelson, Ale, Sergio y Hugo tomaron las riendas de Ña Serapia.
Entre las miles de anécdotas que te puede contar un tipo que hace 41 años que atiende una pulpería, lo primero que nos llama la atención es el cuadro de Héctor con un cuchillo clavado en el corazón. Y para colmo, además del cuadro, también hay un busto que lo tiene medio escondido (datazo que nos pasó Uju Oviedo mientras subíamos cosas al Twitter). Así como lo leen. Si no nos creen, miren:
Las obras de arte pertenecen al artista Marcos López, reconocido fotógrafo y artista plástico, que se hizo habitué del lugar y un día decidió transformar a su mozo en modelo. La imagen fue expuesta en México, Berlín y Nueva York, entre otros lugares. Lo que no sabemos es si López le tiró un mango a Héctor o se hizo el sota olímpicamente. Ya se lo preguntaremos en otra oportunidad.
RED HOT CHILI PRINCIPALES
Acá te vamos a contar los platos que comimos, pero antes, tenemos que apelar a uno de los sentidos que menos usamos en nuestras visitas bodegoneras: el oído.
Una vez que te aclimatás al lugar, pará las orejas y prestale atención a la música del lugar: podés estar comiendo un locro con Toxicity de System of a Down, un guiso de lentejas con Around the World de los Chili Peppers o una milanga con Secretos Pasadizos de Catupecu.
Esto se debe a que los chicos de la cocina son re contra metaleros. ¿Qué es lo que haría un «jefe marketinero» en este caso? Pondría una playlist con folclore del norte para simular ambiente. Bueno, no es el caso, porque el mostro de Héctor nos dijo:
A los pibes les gusta el ruido, y bueno… yo se los dejo escuchar así laburan más contentos.
Nos sacamos el sombrero, le dimos un abrazo y llegaron los platos.
Mondongo: lindo platazo, que más que plato es una vasija. Es el que más nos gusto a los tres. Como todo lo que te sirven en Ña Serapia, viene recontramil caliente. El mondongo estaba super tierno y rodeado de cebolla, morrón rojo, tomate, papas a morir, chorizo colorado (no detectamos mucha panceta) y una preciosa minución de garbanzos. El caldo es un espectáculo, y estamos evaluando llevarlo a Gatorade para ver si sacan una edición especial con sabor a Mondongo. Una bebida hidratante como pocas.
Tamales: significa «envuelto» dice JP, demostrando que es el erudito del equipo. No le damos mucha pelota, pero siempre es bueno que nos hable, más que nada para demostrarnos que no tuvo otra recaída gourmet. Vienen con carne, papa, cebolla, grasa pella a discreción, huevo, cebolla de verdeo y un montón de especias que seguramente son las que le dan el toquecito especial. Los tamales están muy ricos, pero seguro te comés un par.
Humitas: pasa lo mismo que con los Tamales, con una te quedás corto. Por eso está bueno ir acompañado, compartir y probar un poco de todo. La humita es pasta cocida en hoja de chala a base de choclo cremoso, queso y cebolla (según Wikipedia, porque nosotros solamente sabemos de comer).
MENSAJES DESDE EL TÁNDEM
Estábamos terminando los tamales, cuando irrumpe en el local una cara conocida. Luquitas, el fenomenal mozo y amigo del Club Alvear, entra riéndose y con un papelito en la mano.
Les manda algo la Tía Sandra – nos dice el crá.
Lo que pasó fue que Sandra se enteró por las redes que nosotros estábamos comiendo a la vuelta, y como al otro día hacíamos la 5º Juntada Antigourmet en su boliche, nos mandó un mensajito. Seguimos pensando que era más simple por Facebook, pero esto fue mucho más lindo de su parte.
Además, el acto habla de la estrecha relación que hay entre Ña Serapia y el Club Alvear. Cuando uno se queda sin pan, va a buscar al otro. Cuando uno se queda sin alguna bebida, va a buscar al otro. Cuando uno se queda con poco personal, Luquitas viene a Ña Serapia y da una mano (siempre a cambio de alguna fresca al momento de cerrar).
Eso es algo para destacar, porque habla de la clase de personas que manejan estos lugares.
POSTRES
Como ya estábamos como culo y calzón con Héctor, le metimos una mezcla de todo lo que nos interesaba. Pedimos quesillo, miel, dulce de cayote, fresco y batata, un pastelito.
Todo va como trompada de loco, pero seguimos pensando en que estaría bueno arrancar con otra ronda de empanadas salteñas, porque escuchamos al tipo de la mesa de al lado diciendo que «las de jamón y queso son mejores que las de carne».
Volveremos para comprobarlo.
CONCLUSIÓN
Ña Serapia es un lugar genial para conocer y comer algo tranquilo. No esperes absolutamente nada del lugar, excepto un montón de mística antigourmetera.
Las empanadas, están seguramente entre las 3 mejores que este equipete supo probar en todo Capital Federal. La ubicación es un plus gigante porque no hay muchos lugares antigourmeteros por esa zona.
Otra ventaja enorme es el tema horario, porque nosotros nos fuimos casi a las 2 de la mañana y un ratito antes habían entrado unos pibes que te cambiaban un riñón a cambio de un tamal. Como dice su dueño:
Acá nadie se queda sin comer. A la hora que entres te hacemos algo, porque el horno siempre está prendido.
La comida es riquísima, casera y se hace todo en el momento (menos los pastelitos). Si tenés ganas de probar auténtica comida del norte de nuestro país, date una vueltita por Ña Serapia, preparate para escuchar buena música, pedite el secretísimo picantito para las empanadas y mandale saludos a Héctor de nuestra parte. ¡Salud!
* La OLISSS, es la Oficina de Lugares para Ir Si o Si Señores del Antigourmet. Está coordinada por el Sr. David Flores, como todas las oficinas satélites del proyecto y nadie sabe más nada al respecto.