Confieso que antes de ir, busqué en el google maps, y el muy desgraciado no me tiró ni un nombre (ni nada), sino apenas una estrecha fachada de tono violáceo, poco común entre los grises de Warnes. Entonces lo bauticé como “El Bar Púrpura”, pero en realidad, y aunque ningún cartel te lo anuncie, este pequeño santuario gastronómico tiene nombre: “La
Rosa de Tomás”. Tampoco le erré tanto en la paleta cromática eh! Que de púrpura a rosa nos separa una copa de vino.
El dato no fue simple de obtener. Luego de dos horas de charla con su dueño-gerente-cocinero-empleado-líderespiritual me iluminé que me estaba yendo sin saberlo, ahí fue cuando pregunté cómo catzo se llamaba el lugar donde ya me sentía como en casa.
Claudio para algunos, o “el gallego para otros”, es el gran personaje que te recibe en este pequeño recinto donde todos se conocen, pero sobre todo, saben quién sos, y la verdad, que
eso se agradece.
SPOILER ALERT
[Para lectores de CABA: no molestarse ante el siguiente párrafo con contenido “alardónico”]
Fui en búsqueda de un choripán, pues como cordobesa que soy, decidí investigar en tierras porteñas cuál podía acercarse a nuestra gran obra maestra y así poder seguir alardeando con el nuestro pero con más argumento. Entré pidiendo eso que justamente prometía el primer cartel de madera que está a la vista, uno de los tantos que se reparten por todo el interior y exterior del local:
“Me dijeron que acá se come el mejor chori de CAPITAL”, dije, como para romper el hielo.
Creo que no hizo falta.
Uno, porque Claudio no precisa que rompas el hielo, él se asegurará de darte charla sin problemas.
Dos, NO HABÍA MÁS CHORIPÁN. Hay algo más destrozador de ilusiones para un antigourmet que le digan que no hay más de aquello que ya viene saboreando en el camino y con lo cual que viene soñando desde la noche anterior? Crisis, pánico, el fin del mundo, algo similar a lo que sucedería si renuncia el cura de mi pueblo o te quedas sin pan rallado para la mila.
QUEDÉ EN ORSAI
Me senté y releí el sinfín de carteles, que decían: tortilla española (ya empezamos bien), empanada, pizza, paty, milanesa (ya me estoy sintiendo mejor), choripán con chimi y criolla (depresión por la ausencia), pancho, pancho alemán y PAN CASERO. Ok, eso ya suena prometedor y lo confirmo cuando logro divisar unos dorados panes que Claudio saca del hornito eléctrico (al cual no le da respiro).
Acá viene el dato clave y sabroso, todo lo que comas allí y tenga harina, es amasado por su dueño, nada de la marca del osito, ni esas cosas que se te pegan en el paladar cuando masticás. Desde las tapas de las empanadas hasta el pan de pancho, sí el de pancho, es caserito y cuando te lo calienta junto a lo que le va a dar contención -llámese hamburguesa, salchicha, mila o lo que invente el gallego-, te juro que te vas a acordar de mí.
Porque esas cosas ya no existen, como tampoco existe clavarse un “pancho alemán” cuando fuiste por un chori cordobés y se te fue todo el regionalismo al tacho. Pero bueno, caí en la trampa: tenía que preguntar de qué me estaba hablando al meter a la Merkel en el equipo argento de comidas de paso. Y no hizo falta mucha explicación, Claudio ya estaba metiendo la frankfurter al horno, y eso ya era buen augurio, esa salchicha no nadaría en aguas turbias de vaya a saber cuántas vidas. Además, quien me presentaron como “el primer cliente” del bar, se sumó a mi comanda y dijo:”otro para mí”. Listo, me sentí toralmente avalada en mi elección con el sí del amigo de la casa.
¿Y saben qué? No me equivoqué.
Ese pancho ecléctico estaba increíble. Por menos de un billete de los verdes, me transporte a Berlín (¿) gracias a ese gustito ahumado y la piel asada de la salchi. Además unas papitas al horno de yapa, y si no llegás a la bebida, el dueño te da agua, para que tomes o te lleves. Si eso no es generosidad, apaguemos la luz y vamosno.
Ah, ¿Les dije que en la Rosa de Tomás todo va con pan hecho por un ser humano?
Capaz que sí. Pero es que la vida mejora con pan casero. Yo solo te digo que si andas buscando el repuesto del Duna que justo un lunes te dejó a pata y tu humor es de perros, podés clavarte algo rico, casero y económico ahí con el gallego, los vecinos y hasta la policía de la cuadra. Te prometo que en un rato te olvidás del mundo.
Porque la comida y la buena gente tienen ese poder, de llevarte por un instante a un mundo mejor, y por qué no a Berlín.
Gracias Claudio por abrirnos el comedor de tu casa y gracias a Tomás, que seguro nos escucha desde arriba.
Dato para el bolsillo de la dama y el caballero:
los precios que maneja son aptos Lita de Lazzari. Pancho Alemán $380, Paty con huevo y papas $650, Chori $450, Empanadas $180.
Sólo abre de lunes a viernes al mediodía.