Teníamos el dato que acá se comía un muy rico queso manchego. Subimos una calle cortita, pero muy empinada, doblamos un par de veces y a unos 50 metros divisamos el cartel de Casa Labra.
Tiene que ser allá, donde están los abuelos con andadores. – dijo Matías.
Todos nos quedamos mirando a lo lejos la fachada de Casa Labra para tratar de entender qué carajo había querido decir. Achinábamos los ojos, pero no entendíamos eso de “los abuelos y los andadores».
Unos metros más adelante, Matías se dio cuenta que los andadores eran las mesas y sillas de aluminio de Casa Labra, y estaban rodeadas de comensales que se apoyan para morfar; un desastre la visión del tipo.
Nos quedamos en la vereda, de parado, y en eso apareció Juan Carlos, el mozo que nos tocó. Estuvimos un ratito charlando con él sobre el lugar (que era una taberna, para picar algo y luego subir a dormir), sobre el origen del tapeo y sobre lo que íbamos a pedir.
Nos decidimos por 2 raciones (vimos que eran grandes): Chorizo Cular y Queso manchego.
Un espectáculo el queso. No nos gustó tanto el chorizo, porque estaba ahumado de una manera que nunca habíamos comido y directamente parecía que te estabas comiendo un abedul. Por lo tanto, y una vez terminadas las cañas, no nos quedó otra que seguir de ronda.