Todos necesitamos un Nacho en nuestras vidas.

Las personas llamadas así suelen ser buenas personas. Generosas, amistosas y con buena onda.

Es medio raro que un Nacho sea un HDP. De hecho, es imposible que exista un Nacho Putín, un Nacho Trump o un Nacho Rial.

Ponete a pensar… al toque se vienen: Nacho Fernández, Nacho Goano, Nacho Libre.
Y sí, viste cómo son los Nachos. Una especie de cofradía nominal que se vinculan entre ellos automáticamente.

Así fue como llegamos al Restaurante del Vasco Francés.

Nacho, que es amigo de Nacho, que es muy amigo de Nacho, lo recomendó.

“Tienen que ir a conocer el Vasco Francés, cambió de dueño pero conserva la mística. Nacho.”

¿Bodegón? ¿Vasco? ¿Mística?

La OLISSS (Oficina de Lugares para Ir Si o Si Señores del Anti) automáticamente se puso en campaña y en menos que canta un Nacho nos fuimos de raje a visitar el tan querido Restaurante del Centro Vasco Francés.

El equipo completo, con el Tibu incluido, subimos las escaleras blancas que te llevan hasta el primer piso donde se encuentra el restaurante. “Hay olorcito a rabas” – dijo el Tibu, que con solo 5 años ya estaba en modo bodegón.

Salon

El salón es her-mo-so. Techos altísimos, arañas viejas con 19 focos cada una, los pisos de madera tan bien conservados que no te dan ganas de pisarlos, la mantelería impecable, cuadros que tenés que acercarte a chusmear. Un estadio maravilloso para jugar a ser comensal.
Seba, nuestro mozo, nos fue recomendado platos y bebidas (la carta de vinos es amplia y para todos los gustos/bolsillos). Ante la incredulidad de Seba, el Tibu se pidió un agua con limón. Al resto ya no nos sorprende nada.

Al toque llegaron 24 rabas en un platito donde entraban 12. Se ve que tienen un arquitecto en la cocina. La Tortilla Española babé salió en su punto justo y cerramos las entraditas con unos tremendos Mejillones a la Vasco Francés (crema de leche, cognac, ajo, perejil y fumet… que nadie sabe al día de hoy qué carajo es y tampoco lo vamos a googlear).

Tenía un socio, y se bajó. Apareció otro, y se cayó. Aparentemente está bien, fue solo un raspón superficial en una rodilla y le duele un poco la muñeca. Estábamos meta charla cuando llegó el dueño de casa. Con 10 años de socio del club sobre sus hombros, a este pelotari le ofrecieron la concesión hace muy poco.

Pero Juan no se achicó y tuvo el coraje de (en plena pandemia) meterse de cabeza a laburar y continuar con la tradición del Vasco Francés.

“Agrandé un poquito las porciones y si conocés la carta con una entrada y un principal comés super bien.” – nos cuenta Juan. Bien por Juan.

Por suerte lo hizo, porque estos lugares no deben cerrar nunca. Son parte de la historia gastronómica de nuestro país y nosotros, como comensales apasionados por el bodegón, tenemos la obligación de difundirlos.

Entre pito y flauta, llegaron los principales.

El Tibu comiendo rabas

CHERNIA CON CREMA DE CAMARONES

De sabor y forma es muy similar a un abadejo. Riquísimo plato y con mucha crema para ponchar el pancito toda la noche. La chernia fue catalogada por el Tibu como “el pescado más feo del mundo”. No feo de sabor. Feo de feo. Buscá chernia en google y fijate nomás.

Chernia con crema de Camarones

ARROZ MAR Y MONTAÑA.

Cuando el Dr. Pait pidió este plato le dijimos “qué nombre raro”. Llegó la paellera y venía con calamares, mejillones, langostinos, almejas, champiñones, jamón crudo y chorizo colorado. Un espectáculo. Estuvimos hablando sobre el nombre un rato largo, conjeturando acerca de por qué le habían puesto así y cuando revisamos la carta se llamaba “Arroz Mari y Antonio”. Cada día más ciego el Dr. Pait.

Arroz de Mar y Montaña

Para hacer la digestión, nos fuimos a dar una vueltita por el Club. La cancha de pelota paleta, los mapas de España, las placas conmemorativas, las actividades del club y… los baños, donde podés hacer el 1 o el 2 viendo un cuadro de Monet. En Europa no se consigue.

Pegamos la vuelta a la mesa para los postres y al lado nuestro estaba sentado Cobos. No nos metemos en política, pero pedimos panqueque y no había. Una lástima.

A cambio marchamos una Natilla, postre fundamental para la sociedad, y un pastel vasco que viene con pastelera, ron y crema americana.

Pagamos, cafecito y a la cucha. Pedimos la cuenta y ahí, nos dimos cuenta, de la cantidad de vino que nos tomamos. Ojo con el chupi porque los números se van a Disney. Beber con moderación. Prohibida su venta a menores de 18 años.

Y un datito, si sos socio tenés el 50% de descuento.
Los números no dan. Jorge ya está en tema.

Conclusión: el Vasco Francés es un RESTAURANTE con todas las letras.

De la A a la Z, tiene todo lo que necesita un lugar con su historia, prestigio y categoría. Disfrutamos de sus platos, charlamos en sus mesas redondas, metimos una sobremesa larga y conocimos una chernia.

¿Qué más se le puede pedir a un bodegón?

Gracias por recibirnos, contarnos su historia y convidarnos tan rica comida.
Volveremos por más mejillones.
Porque para nosotros, todo el año es bodegón.