Mamma Silvia queda a una cuadra del Viejo Gasómetro. Si un día vas por Avenida La Plata y ves el número 1988 tenés que frenar. Si vas en auto, clavá el freno de mano. Si vas en taxi, abrí la puerta y tirate a la carrera. Si vas en bondi, apretá el botón y decile al chofer: «tengo un ataque de pánico». Si vas en moto, estacionala en el Carrefour y ponele el candado. Si vas en subte, bajá, comprá un par de topos y que excaven siguiendo el olor de la genial Torta de Banana. Si vas en avión, ponete el paracaídas y saltá. No interesa cómo, tenés que entrar en Mamma Silvia. Es un antes y un después en la vida de un anti-gourmetero.

LA HISTORIA

Cuando vayas te van a atender Cacho y Susana (los abuelos), Marcelo y Carina (los hijos), Giuliana y Antonella (las nietas). Tres generaciones compartiendo la pasión por la gastronomía (eran cuatro, pero Silvia falleció en 2011). Originarios de Marina Grande y Sestri Levante, estos tanos saben lo que significa comer bien y el lema de la casa lo deja bien en claro: «el que sabe comer, sabe esperar».

La familia Dasso Amitrano viene desde 1958 dándole de comer a la gente que visita sus locales. Primero formaron parte de la Cantina Caputo, luego apareció la Cantina Mamma Silvia que funcionaba en Microcentro y desde 1996 se trasladó a Boedo. Es genial que muchos de los que se acercan a comer son clientes de la vieja ubicación, lo que da la pauta de que cuando uno prueba sus manjares ya no puede dejar de volver cada 2×3.

EL LUGAR

Llamá antes de ir. Siempre. La reserva es prácticamente obligatoria. El salón tiene una capacidad para 80 personas a todo trapo y está siempre lleno de amigos de la casa. Por eso mismo, el ambiente es super familiar. Vas a encontrar personas de todas las edades y con muy buena onda.

Incluso, si prestás atención, vas a ver cómo a medida que avanza la propuesta gastronómica la gente entra en calor y las voces se levantan. Por ahí cuando sirven un plato escuchás un alarido seco (que en idioma antigourmet se traduce como un: «ahhhh bueno, pero esto es glorioso») y cuando te das vuelta encontrás a un pelado todo rojo sacando fotos a cada ñoqui individualmente.

El salón está decorado con 16.578 cosas (las contamos). Hay cuadros firmados por artistas, cientos de fotos, corbatas autografiadas por los clientes, camisetas de fútbol y banderines, pizarras con LED, dos pajareras, una botella de Fernet Branca con 50 años encima (que tiene tapa de aluminio) y hasta un casco de bombero del 11S. Posta.

Para que te des una idea de lo cordial del asunto: toda la gente se copa si hay un feliz cumpleaños. También vimos a un tipo que se olvidó el celular y Richard (uno de los mozos) lo salió a correr. Un genio.

EL PRIMER PASO

Tenés que tocar timbre y te abren al toque. Ahí nomás te vas a encontrar con un barril lleno de maní. Agarrá tranquilo un puñado, pero ojo al piojo, porque camuflado entre el maní reposa el picaporte de la puerta. No vaya a ser cosa que manotees sin mirar y te aflojes cuatro dientes mordiendo el pedazo de fierro. Ya te avisamos.

ENTRADAS

Pan, tostadas, chambotta + Cazuela de porotos y garbanzos a la provenzal:  pocas veces te vas a encontrar con una bienvenida tan rica. Dos platitos chiquitos pero con un sabor espectacular. La provenzal pica como si tuvieras un panal de abejas clavado en la muela de juicio. ¡Estrafalario!

Picada: viene con jamón, aceitunas, salamín y lomito. Muy útil para ojear la carta mientras tanto.

Ravioles fritos: estábamos picando y apenas entrando en calor, cuando Marcelo apareció con esto y dijo: «probalo y después me contás». ¡Apa la papa! Ninguno de los comensales los había probado hasta ese día y nos terminó encantando el plato. Aunque… le hubiésemos puesto alguna salsita arriba.

Rabas: ¡Un excelente comienzo! El tamaño, el gusto, la cocción, la porción. Todo de primera.

Provoletas: Carina te trae una cubetera llena de pequeñas provoletas calientes al mango. El queso es premium y parece un flynn-paff como se pega al paladar. Te van a dar ganas de tener un par en el freezer de tu casa.

Tortilla de papas: tiene forma de tortilla, pero el espíritu de un revuelto gramajo. Viene con «de todo». Si estás buscando algo para complementar la entrada está perfecto. Por ejemplo, si son 4 personas, queda una linda porción y te sacás de encima el famoso dicho: «me muero de hambre» porque sale rapidísimo.

PRINCIPALES

Panzotis negros rellenos de centolla, parmesano y ricota con salsa de mariscos: solamente vamos a usar cuatro palabras para describir este plato: IM PRE SIO y NANTE.

Obviamente que es para compartir, puede ser tranquilamente el plato principal de 4 personas. Es una bandeja/olla enorme, llena de mariscos; perdón… no es que está llena, está que rebalsa de mariscos. Es como que Mamma Silvia tiene comunicación directa con algún puerto en el Océano Atlántico porque no nos imaginamos otra forma de tener semejante stock si a cada plato le ponen esta cantidad. Hay almejas, mejillones, camarones, langostinos, una ballena y dos pulpos. Todo inundado de una salsa que es un espectáculo.

Pero acá viene lo mejor. Agarrá la cuchara sopera y, como si fueras un antropólogo, un geólogo o un minero, empezá a excavar la superficie en busca de los ravioles. Claro, con la tonelada de pescados no será una tarea sencilla. Son capas y capas de sedimentos. Pero de repente, y en el momento exacto donde la fe comenzaba a perderse, aparece un vértice de masa negro.

Y ahí se pudre todo. La gente se abalanza con sus platos vacíos al aire, vuela una servilleta contra el ojo de uno que se quiso adelantar, se escuchan cosas como:

  • «Tocás ese raviol y te destrozo.»
  • «Sabía que no tenía que compartir. Lo sabía.»
  • «Manga de carroñeros, dejen ese raviol en paz.»

Es la fiebre del oro negro en su máximo esplendor. Pero tranquilos, porque alcanza para todos. Si son 4 personas, te vas a llevar 12 ravioles del tamaño de un celular (un S3 ponele) rodeado de mariscos y con una salsa preciosa.

La masa con tinta de calamar es exquisita, pero el relleno es de otro planeta. La mezcla de centolla, queso parmesano y ricota no tienen forma de describirse con palabras. Si viene un crítico gastronómico y trata de explicártelo, tenés todo el derecho a tirarle con un sacacorchos y mandarlo a freír churros. Hay que ir, probarlos y quedarse mirando a tu compañero o compañera de mesa con los ojos apenas abiertos, asintiendo con la cabeza, masticando despacito, con una leve sonrisa y comprendiendo que el universo, en ese momento, está perfecto así como está.

NOTA: pero ojo, que el árbol no nos tape el bosque. Mientras vos estás chocho de la vida con tu raviol y todo el resto, tus enemigos (o sea, la gente que fue a comer con vos) pueden estar al acecho del elixir final: la salsa. Reposando en el fondo se encuentra este manjar, a la espera del cardúmen de panes que se acercar para ponchar. Que no te duerman o te vas a arrepentir.

¿Hay algo después de esto? ¡Más vale! Olvidate de este problema.

Pulpo a la gallega con papas: cuando Laura apoyó la fuente en la mesa y vimos lo rojo que estaba el pulpo, pensamos: «al cocinero se le volcó el tarro de pimentón». Sabemos que el pimentón es un ingrediente inamovible en este plato, pero nos miramos para ver quién era el primer valiente que le entraba a semejante desafío. Parecía super picante y peligrosísimo. Ahí fue cuando se descubrió una nueva enfermedad que afecta a los anti-gourmeteros denomida «Picantofobia» o «Cagazo al picante». Más que nada el miedo radica en que si te prendés fuego primero, los demás se te cagan de risa un rato largo. Pero la verdad… no estaba para nada picante. El pimentón le daba un sabor genial al plato. Suave, pero no dulce. Y además, como todo en Mamma Silvia, la porción era enorme. Comen 3 tranquilamente.

Fucciles a la crema con langostinos: ¡Soberbios! Otro plato memorable de la Mamma. Si podés, camuflá un tupper para llevarte lo que sobre (es prácticamente imposible comer la cantidad de langostinos que trae). La crema es preciosa y ponchable hasta la médula.

Ñoquis de albóndiga: ¿viste cuando abrís una caja de huevos? Bueno, eso. Son 6 ñoquis del tamaño de un huevo, envueltos en carne picada y con una salsa mágica. No es para compartir, pero seguro que un par de ñoquis te sacan. Notamos que cuando te los sirven, los demás te ponen los ojitos como el Gato de Shrek y no te queda más remedio que darles un cachito.

Puchero: nuestros vecinos de mesa (Daniel y Julieta) se pidieron un pucherazo y le pusieron un 8. La bandeja era enorme y tenía pila de verduras. Poco osobuco para un antigourmetero, pero vale la pena probarlo.

POSTRES

Tarta de banana: una de las recetas secretas de Mamma Silvia y, obviamente, una de sus especialidades. Base de banana y arriba una crema que está hecha con vaya uno a saber qué ingrediente mágico. Es genial porque no te empalagás en ningún momento y es para compartir.

Dato Anti-Gourmet: si la vas a pedir, hacelo apenas entrás. Porque si la pedís para los postres capáz te quedás sin probarla. La tarta vuela, así que tenés que estar más avispado que una avispa en una Vespa.

Queso y dulce: linda porción, el queso fresco es un espectáculo y el dulce de batata es Arcor. A esta altura podés llegar a ver un marisco arriba del queso, pero son ilusiones ópticas que genera la felicidad de tu cerebro (en cualquier momento el Anti-Gourmet saca un libro sobre neurociencia en los bodegones).

Panqueque de banana: te juramos que tiene el tamaño de una pizza chica. Está quemadito a rhum y con dulce de leche. Lo terminás de comer y salís en cuero a correr por Avenida La Plata, con 4°C en pleno invierno y gritando: «¿A ver, quién se hace el guapo?»

BAJATIVOS

Lemoncello casero: si vas al mediodía, un shot de lemoncello previo a la siesta no tiene precio. Para nada alcohólico y super refrescante. Tomalo en 4 sorbitos, corré los platos, pedí una almohada y dormí tranquilo (todos están igual y a nadie le va a importar si roncás).

Grapa: si vas a la noche, un par de vasitos de grapa y ya estás listo para saltearte el día siguiente. Te vas a dormir y te levantás a las 24 horas aproximadamente como si fueras otra persona.

CONCLUSIÓN

Conocé esta cantina y cuando salgas te vas a dar cuenta que los fondos buitres son unos pájaros nomás, que Brasil perdió 7 a 1 porque no comieron un puchero antes de jugar y que la vida sería muy distinta sin lugares como Mamma Silvia.