HISTORIA

Haciendo un poco de historia, mamá Esther inició la tradición secundada por sus hijos que hoy la mantienen intacta. Fue fundada en el año 1956, en Camarones 1901 en el barrio de La Paternal, y les juramos que las botellas de los estantes tienen tierra desde esa época.

Decorado con memorabilia de época y camisetas de fútbol, pero… ojo al piojo… no están en cuadros, sino colgadas en perchas con un nylon protector. ¡Mágico!

Las paredes descascaradas ayudan al ambiente cantinero, y además sirven de pizarrón para informar las especialidades de la casa (que son un montón). Son tantas que tuvimos que repetir la visita a la semana siguiente para probarlas.

La primera vuelta llegamos y el dueño, Cacho, a la pasada nos acomodó en una mesa sin prestarnos atención. Claro, cuando uno ve las celebridades que han frecuentado la cantina, se entiende todo. Un par de charlas entre pedido y pedido bastaron para que Cacho se diera cuenta de que estaba ante gente que compartía sus códigos chichilescos. Porque en el fondo, don Cacho es un tierno.

Le pedimos unas recomendaciones y en seguida nos trajo una selección de entradas del mostrador, cada una mejor que la anterior. Pasamos por los platos principales, pero la nota de color estuvo al momento de los postres. ¿Qué pasó?

¡¡¡NO TENÍA QUESO Y DULCE!!!

El extremista antigourmetero, especialista en la materia, casi sufre un ACV. Al grito de: «listo, cerremos todo» o «tenés lluvia de merengues y no tenés una lata de batata» se planteó un arduo debate sobre el tema en cuestión. Luego de un extensa charla donde hubo argumentos como pa´tirar pa´arriba, Cacho nos hizo bajar de un estante tres frascos de extraña procedencia y nos dijo: «ya vuelvo». Parece que frotó la varita mágica y al rato apareció con un plato nuevo. Un híbrido. Un mutante. Una amalgama. Un Frankenstein. Le agregó una porción de queso al postre arcoiris y lo decoró con dos cucharazos de dulce de leche. Una obra sublime que derrochaba creatividad. Conmovedor.

Después de esto, nos fuimos cuasi amigos  y prometimos volver por el muy recomendado mondongo.

Para la segunda vuelta éramos un partido de fútbol 5. Los 10 comensales dispuestos a llevarse puesto lo que le pusieran adelante. Y Chichilo no decepcionó.

Apenas llegamos, nos reconoció al saludo de “otra vez acá?”. Le invadimos el local, pero hizo algunas maniobras para que entráramos todos. Arrancamos una vez más con una variedad de entradas, las que él quisiera. Es claro que al hombre le gusta comer bien y que no podés ir directo al plato principal (salvo que quieras hacer enojar a Cacho).

Luego de dos rondas de principales (incluidos la especialidad: fucilles al fierrito), llegamos nuevamente a los postres y, otra vez, el conflicto, la hecatombe, la debacle total.

Uno de los antigourmeteros quería probar el Frankenstein. Pero claro, en la carta no estaba. Entonces el hijo de Cacho dijo: «eso no existe» y se armó un tole-tole que ni te cuento. Menos mal que Cacho escuchó la conversación y calmó a las fieras. Proveyó el buscado postre y todo volvió a la normalidad.

ENTRADA

Selección de mostrador: salame casero, tomates disecados, buñuelos de acelga, pimientos y queso en oliva, corazón de alcauciles, cebollas negras caramelizadas y sesos a la provenzal. Todo impresionante. Especial mención a los sesos, que hicieron acordar a los que le preparaba la nona los domingos.

Rabas a la calabria: tiernas, bien preparadas sin excedente de aceite. Te podés pedir un plato e ir al boliche sin problemas.

Calamarettis a la Escarpetta: vienen acompañados de cebolla y papas. Una bomba de sabor, y sólo para arrancar. El plato es abundante así que se puede compartir tranquilamente.

Después de esta entrada, ya estábamos pipones, pero había que seguir degustando.

PRINCIPALES

Cordero a la Portuguesa: un quilombo de nacionalidades. El que lo preparó tuvo que abrir Google Maps para entenderlo, pero le salió perfecto. Tierno, se deshacía al pincharlo. Bien acompañado con papas y abundante salsa. Apto para compartir y para hacer un ping-pong de las capitales del mundo.

Tallarines con Sardichellas Calabresas: plato para osados que gustan de comidas picantes. Difícil de hallar en otros lugares. La similitud de las sardichellas con las anchoas lo convierten en un plato no apto para salida posterior. Si lo pedís solo, no lo terminás.

Riñoncitos a la no me acuerdo: es altamente complicado que los riñoncitos no salgan un poco duros, es como si en su naturaleza tuviera algo pétreo (¿tendrán algo que ver con los cálculos renales?). Pero estos son la excepción a la regla. Suaves, tiernos, acompañados de salsa y papas abundantes. Ideal para días frescos. Levantás temperatura como un viernes a las 7 de la tarde en la línea D de subte.

Conejo al vino blanco: como diría un anti-gourmetero «esto es un epetáculo». La salsa de vino blanco estaba tan buena que casi casi casi no probamos el conejo. Pero ojo, que una vez que le entrás te querés comer hasta la última zanahoria. Se puede compartir pero te vas a terminar peleando. Es al pedo.

Fucilles: después de la barbaridad que habíamos comido, Cacho nos retiró todos los platos. «No se siente bien el gusto de la pasta»- dijo, y nos dejó mudos por 8 segundos. Volvió con tres fuentes de fucilles. Una con la salsa portuguesa que había sobrado del Cordero y las otras dos a la calabresa. No por nada son la especialidad de la casa. Estábamos explotados de tanto comer, y sin embargo apenas aparecieron nos hicimos un lugarcito más.

Si vas a Chichilo un plato de fucilles es obligatorio, como comprar una tele cuando llega el mundial.

POSTRES

Flan casero mixto: un despropósito. Es mucho por donde se lo mire. Mucho flan, mucha crema, mucho dulce de leche, mucho gusto. El comentario fue: «esto se desmadró».

Arcoiris: trae zapallo, batata e higos en almíbar. Todo muy bueno. Pero como no tenía queso y dulce, Cacho le agregó una porción de fresco y dulce de leche. Un invento que pese a su heterodoxia, funciona a la perfección.

Lluvia de merengues: la verdad que en un principio generó dudas. Si hasta le cuestionamos la presencia de ese postre por sobre el queso y dulce con el argumento de: “¡Eso te lo pide Belén Francese!”. Pero haciendo caso omiso a la chicana, Cacho nos trajo uno para probar y, honestamente, nos tapó la boca.

Arroz con leche: clásico de clásicos. En una copa tamaño palangana, con canela y dulce de leche. Cremoso, suave, justo, impresionante.

CONCLUSIÓN

Hay que conocer a la Cantina de Chichilo. Te van a atender como si fueras Mascherano. Y un dato más: ahora que está fresco, te recomendamos el Mondongo a la Italiana y las Gambas al Ajillo. 800 grados farenheit vas a levantar.

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