Hay 3 sidrerías El Tigre. La original, la ampliación y la norte. El departamento de nosotros queda frente a la norte, así que optamos, en un acto digno de recordarse, por no ser tan vagos y caminar hasta la original; que queda a 3 cuadras.

Recorridos los 300 metros y con la lengua afuera, nos acodamos en la barra. Román y JP tramitaron el morfi y el chupi.

En este lugar chiquito y finito, no hay mesas. Parejas y grupos de amigos comparten las barras. Las paredes de piedra, un jabalí en la pared y un montón de papeles en el piso porque acá es tradición que si no tenés un tacho de basura, tenés que tirar el papel al piso.

Los ventiladores hacen un efecto estroboscópico maravilloso con las luces; claramente les salió de culo, pero queda hermoso.

La maravilla de la sidrería es que cuando pedís una caña (una birra) te dan unas buenas tapas y muy abundantes para lo que uno paga. Pan con tortilla, con jamón crudo, con pollo, con lomito y algunas cositas más. Algunas con una salsa muy rica llamada maca que según el mozo es la típica (pero no tenía idea de lo que era).

La Sidrería El Tigre es uno de los mejores lugares de Madrid. Todo lo que un Antigourmet busca en solo lugarcito.

Lo que sí… nos chupamos todo. Birra, sangría y sidra. Esta última es bastante dulce, así que le esquivamos un poco. Pero la jarra de sangría volaba de lado a lado de la barra. Terminamos la tercer ronda y nos dieron ganas de arrancar para otro lugar. Ahí fue cuando nos acordamos la recomendación de Herman.